David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Cuando ya han avanzado unas
cuantas semanas de la presidencia del empresario Donald Trump en Estados
Unidos, la incertidumbre sigue intacta. Quizá más que en la campaña misma.
Y es que, ya todos lo sabemos, el
magnate protagonizó una campaña atípica y tremendista, que estremeció a
electores, líderes de opinión y medios de comunicación. Su celebérrimo muro en
la frontera con México lo marcó para siempre.
Siendo él mismo una celebridad a
través de espacios de TV y de la constante reseña de su vida personal, sin duda
sabe muy bien cómo hacer ruido. Y lo hizo.
Muchos apostaban a que ganara su
rival, Hillary Clinton. Hubiera sido un hito en la historia de la humanidad el
entregar a una dama el mando de la nación más poderosa del occidente. Sin
embargo, jugó en su contra un peso muy grande: los demócratas ya habían
gobernado durante dos períodos, y el universo político bipartidista de EEUU es
pendular.
Bajo ninguna circunstancia era
previsible un tercer mandato para su tolda, ni siquiera con el atractivo de
presentar como candidata a una ex primera dama recordada y polémica, con mano
de hierro pero con tino y acierto. Y en todo caso, alguien con recorrido
político propio, amén de haber estado al lado de su esposo Bill Clinton durante
su presidencia.
Lo cierto es que Trump despertó
pasiones con su promesa de hacer a América grande otra vez. Despachó la
contienda en un tono similar al que usaba cuando participaba en el show
televisivo “El Aprendiz” y esto gustó. Estuvo cabeza a cabeza con la señora
Clinton durante una campaña llena de suspenso ante la incertidumbre del
resultado.
Sin embargo, hay que recordar que
el sistema electoral estadounidense es complejo y muy diferente al nuestro.
Trump gana por colegios electorales; mientras Hillary lo aventaja por más de
dos millones de votos de la gente. Así, es el primero y no la segunda quien
arriba al Salón Oval de la Casa Blanca.
El sistema ha sido criticado a
raíz de este resultado; pero es el legal y el establecido, el que ha sido
convenido en el contrato social de los estadounidenses y por tanto, debe ser
respetado.
Muchos apostaban a que el estilo
grandilocuente y sonoro de la campaña se quedara allí: en la campaña. Parecía
lucir como un recurso para direccionar los focos sobre sí mismo; pero algunos
estimaban improbable que gobernara en el mismo tono. Parecen haberse equivocado,
al menos hasta el momento.
En la presidencia, Trump sigue
agitando las aguas. Ha tomado decisiones polémicas desde la Casa Blanca, ha
tenido enfrentamientos con representantes de otros poderes y ha despertado
protestas.
En la acera contraria, sus
partidarios parecen reafirmar más su fidelidad tras el triunfo y las primeras
actuaciones de su candidato.
Hay quienes apuestan al espíritu
empresarial del nuevo mandatario. A que puede gobernar de forma pragmática,
orientado a intereses y resultados. Otros tantos recuerdan que llegó al máximo
cargo político de su país bajo el ala del Partido Republicano y que eso implica
compromisos con sus posiciones e ideologías. No son para nada descabellados
estos análisis; pero hasta el momento no hemos visto su materialización en la
práctica.
En cuanto a Venezuela, el
suspenso está en el aire. Trump ha condenado las actuaciones de su antecesor,
Barack Obama, respecto a Cuba. Se espera que honre la línea dura republicana;
pero también es cierto que ha mostrado una sorprendente e inesperada afinidad
hacia su colega ruso Vladimir Putin, muchos dicen que debido a que necesita
aliados para poner un muro –esta vez en sentido figurado- al avasallante
crecimiento de China.
Y nombramos estas tres naciones
porque se encuentran en la misma órbita de la Venezuela de gobierno
rojo-rojito. En diplomacia no hay amigos, sino intereses. ¿Intercederá Putin
por sus socios comerciales que gobiernan Venezuela? ¿Endurecerá Trump su mano hacia
el castrismo? ¿Afectará esto a nuestra patria? ¿Entrará en una abierta guerra
comercial con los chinos, importantes acreedores de nuestro país?
Por ahora ha ofrecido apoyo a los
refugiados venezolanos, una declaración que sorprende a muchos, tras sus duras
críticas y acciones contra la inmigración; pero también es cierto que sus
jugadas en el tema petrolero pueden ser tan audaces como lo han sido en el
mundo de los negocios.
Y si logra poner los beneficios
de su lado, parece no importarle ir más allá de lo visto en este campo. Alguna
de sus cartas bajo la manga podría incidir en la baja de los precios petroleros
y por tanto golpear –aun más- la ya maltrecha economía venezolana.
Esta partida se juega en los
tableros grandes, y los demás son público de galería. Asistimos a una nueva
manera de liderar el imperio norteño, una forma que no está escrita en ninguna
parte. Predecir es tonto e inútil: queda esperar y ver.
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