viernes, 10 de febrero de 2017

“El gobierno de Trump”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Cuando ya han avanzado unas cuantas semanas de la presidencia del empresario Donald Trump en Estados Unidos, la incertidumbre sigue intacta. Quizá más que en la campaña misma.

Y es que, ya todos lo sabemos, el magnate protagonizó una campaña atípica y tremendista, que estremeció a electores, líderes de opinión y medios de comunicación. Su celebérrimo muro en la frontera con México lo marcó para siempre.

Siendo él mismo una celebridad a través de espacios de TV y de la constante reseña de su vida personal, sin duda sabe muy bien cómo hacer ruido. Y lo hizo.

Muchos apostaban a que ganara su rival, Hillary Clinton. Hubiera sido un hito en la historia de la humanidad el entregar a una dama el mando de la nación más poderosa del occidente. Sin embargo, jugó en su contra un peso muy grande: los demócratas ya habían gobernado durante dos períodos, y el universo político bipartidista de EEUU es pendular.

Bajo ninguna circunstancia era previsible un tercer mandato para su tolda, ni siquiera con el atractivo de presentar como candidata a una ex primera dama recordada y polémica, con mano de hierro pero con tino y acierto. Y en todo caso, alguien con recorrido político propio, amén de haber estado al lado de su esposo Bill Clinton durante su presidencia.

Lo cierto es que Trump despertó pasiones con su promesa de hacer a América grande otra vez. Despachó la contienda en un tono similar al que usaba cuando participaba en el show televisivo “El Aprendiz” y esto gustó. Estuvo cabeza a cabeza con la señora Clinton durante una campaña llena de suspenso ante la incertidumbre del resultado.

Sin embargo, hay que recordar que el sistema electoral estadounidense es complejo y muy diferente al nuestro. Trump gana por colegios electorales; mientras Hillary lo aventaja por más de dos millones de votos de la gente. Así, es el primero y no la segunda quien arriba al Salón Oval de la Casa Blanca.

El sistema ha sido criticado a raíz de este resultado; pero es el legal y el establecido, el que ha sido convenido en el contrato social de los estadounidenses y por tanto, debe ser respetado.

Muchos apostaban a que el estilo grandilocuente y sonoro de la campaña se quedara allí: en la campaña. Parecía lucir como un recurso para direccionar los focos sobre sí mismo; pero algunos estimaban improbable que gobernara en el mismo tono. Parecen haberse equivocado, al menos hasta el momento.

En la presidencia, Trump sigue agitando las aguas. Ha tomado decisiones polémicas desde la Casa Blanca, ha tenido enfrentamientos con representantes de otros poderes y ha despertado protestas.
En la acera contraria, sus partidarios parecen reafirmar más su fidelidad tras el triunfo y las primeras actuaciones de su candidato.

Hay quienes apuestan al espíritu empresarial del nuevo mandatario. A que puede gobernar de forma pragmática, orientado a intereses y resultados. Otros tantos recuerdan que llegó al máximo cargo político de su país bajo el ala del Partido Republicano y que eso implica compromisos con sus posiciones e ideologías. No son para nada descabellados estos análisis; pero hasta el momento no hemos visto su materialización en la práctica.

En cuanto a Venezuela, el suspenso está en el aire. Trump ha condenado las actuaciones de su antecesor, Barack Obama, respecto a Cuba. Se espera que honre la línea dura republicana; pero también es cierto que ha mostrado una sorprendente e inesperada afinidad hacia su colega ruso Vladimir Putin, muchos dicen que debido a que necesita aliados para poner un muro –esta vez en sentido figurado- al avasallante crecimiento de China.

Y nombramos estas tres naciones porque se encuentran en la misma órbita de la Venezuela de gobierno rojo-rojito. En diplomacia no hay amigos, sino intereses. ¿Intercederá Putin por sus socios comerciales que gobiernan Venezuela? ¿Endurecerá Trump su mano hacia el castrismo? ¿Afectará esto a nuestra patria? ¿Entrará en una abierta guerra comercial con los chinos, importantes acreedores de nuestro país?

Por ahora ha ofrecido apoyo a los refugiados venezolanos, una declaración que sorprende a muchos, tras sus duras críticas y acciones contra la inmigración; pero también es cierto que sus jugadas en el tema petrolero pueden ser tan audaces como lo han sido en el mundo de los negocios.

Y si logra poner los beneficios de su lado, parece no importarle ir más allá de lo visto en este campo. Alguna de sus cartas bajo la manga podría incidir en la baja de los precios petroleros y por tanto golpear –aun más- la ya maltrecha economía venezolana.

Esta partida se juega en los tableros grandes, y los demás son público de galería. Asistimos a una nueva manera de liderar el imperio norteño, una forma que no está escrita en ninguna parte. Predecir es tonto e inútil: queda esperar y ver.

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