viernes, 6 de mayo de 2016

“Escuchando la calle”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui 

En Venezuela se acabó la conversación cotidiana. Ya no va sobre el viaje a la playa, el cumpleaños de un pariente o el desempeño escolar de los hijos. Todo eso es secundario, para no decir inexistente en estos tiempos.

Hoy se habla como una letanía y como una obsesión, de lo mucho que no se consigue o de lo poco –muy poco- que sí, de las horas de cola que hay que pagar como una penitencia sin haberse cometido pecado que lo mereciera, de que a fulanita la robaron pero “menos mal que no le hicieron nada”.

A los habitantes del país más feliz del mundo de a ratos y cada vez con mayor frecuencia, se les borra la sonrisa. La frustración es el pan nuestro de cada día: frustración por fracasar una y otra vez al intentar conseguir los productos que se necesitan; porque, cuando se consiguen, el dinero no alcanza; porque este estado de cosas no solamente empeora, sino además se prolonga.

Familiares y vecinos se organizan en grupos para avisarse unos con otros dónde hay tal o cual producto o, incluso, recurrir al trueque, como si la moneda no existiera. Y es que estamos como si en verdad no existiera. El “bolívar fuerte” pierde por minutos su capacidad de compra y deshonra a nuestro Libertador con su nefasto desempeño; siendo hoy la moneda más pulverizada del planeta.

Estamos hablando de que, de manera extraoficial, el índice nacional de precios al consumidor cerró 2015 en 270,7%, la cifra más alta registrada por nuestra nación en la historia. Y lo que nos espera para 2016 se perderá de vista, según lo que hemos podido vivir hasta el momento.

La escasez por su parte, pisa en 70%, según cifras de Entorno Inteligente. Lo cual quiere decir que la gente no compra lo que quiere, desea o necesita, sino escasamente lo que consigue.

Esta cifra inflacionaria se oculta con el pudor y la vergüenza de quien ha hecho mal su trabajo, se cuenta como un secreto a voces; ya que los organismos encargados de darla a conocer oficialmente más bien prefieren hablar sobre entelequias ficticias que lancen sobre otros las culpas.

Por si fuera poco, según el Banco Central de Venezuela, entre 2014 y 2015 el país acumuló un desplome cercano al 10% del Producto Interno Bruto (5,7 en 2015 y 4,0% en 2014). En 2016 la caída será superior al 8%. Quienes saben de economía, saben también que este es el índice más fiel de la salud de un país.

Y la economía no es nada abstracto ni etéreo. Se trata de lo que, a final de cuentas, nos permite –o nos impide-  llevar alimento a la mesa.

La cumbre de la descomposición social que avanza a paso de vencedores y sin que nadie que ostenta el poder haga algo, es el bachaqueo.

Neologismo omnipresente en toda conversación de los tiempos actuales bajo el cielo venezolano, hay que explicar a la gente de otras latitudes, qué significa tan inusual y caribeña palabra.

Hay que contar que la desfiguración social de un disparate mayúsculo que no merece el nombre de política económica ha creado un nuevo oficio, digno de países en guerra.

Que se ha creado una subterránea mafia sin rostro que organiza un mercado paralelo –en Venezuela hay mercados paralelos hasta de huevos- y que se ha instaurado como cotidianidad de los venezolanos el observar o participar en largas colas, ante los pocos establecimientos que tienen algo valioso que vender.

Que, desesperados porque el dinero no alcanza, desde taxistas hasta maestros se “rebuscan” bachaqueando. Que al momento actual no hay más proyecto de país que el salir a la calle a ver cómo se consigue algo. Que hay hogares donde se rifan la cena porque no alcanza para todos. Que la mayor aspiración de futuro que tienen las mayorías depauperadas por esta es comer completo mañana.

Las redes de abastecimiento de alimentos gubernamentales, anunciadas con bombos y platillos han fracasado estrepitosamente; y mientras unas cierran, en otras se penaliza a quienes tomen fotos de sus neveras vacías.

Y más allá, se dan vergonzosos espectáculos de venezolanos arrebatándose entre sí paquetes de pasta, porque o se arrebata o no se lleva comida a la casa. Hemos sido degradados como nación al salvajismo y la animalidad; pero no por falta de “urbanidad y buenas costumbres”, sino porque nos han puesto contra la pared. Se han metido con nuestra comida.

Los venezolanos nos hemos convertido en una ciudadanía triste y no hay maquillaje de eslóganes o frases hechas que disimulen este pesar. Resultan risibles, pobres, fuera de lugar y sobre todo poco creíbles. No las creen ni quienes las pronuncian, ignorando ese sentido del ridículo que les exige quedarse callados. 

¿Puede alguien tener la voluntad de echar para adelante, cuando se estrella varias veces al día contra el muro del fracaso, de un fracaso del cual no es responsable? ¿Puede un país progresar con tal rosario de penurias?

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