viernes, 27 de mayo de 2016

“Los visitantes“

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Para nadie es un secreto que las dimensiones de la crisis venezolana son tales, que ya inquietan a numerosas naciones del mundo. Si a esto se agrega que la satanizada globalización es un hecho desde hace rato, el resultado es que fuera de nuestro país tienen mucha mejor información sobre nosotros de lo que podemos imaginar.

Y la manifestación de inquietud por parte de voceros de otras naciones no tiene que ver tanto con las infundadas acusaciones de intervencionismo como con una legítima inquietud por nuestro destino.

Adicionalmente, la comunidad internacional ha tomado mucha más conciencia del símil del “aleteo de la mariposa”. Cualquier acontecimiento en cualquier lugar, tiene repercusiones en las latitudes menos imaginadas. Por ello, a nadie le interesa que nación alguna entre en crisis. Y Venezuela no es la excepción.

Los venezolanos hemos recibido en los últimos días las visitas de dos personalidades de la política española: José Luis Rodríguez Zapatero y Albert Rivera. Ambos han puesto a prueba la tolerancia de una administración particularmente sensible a la crítica.

Primero fue recibido el ex presidente del gobierno español. Zapatero en reunión con diputados de la Asamblea Nacional y otras personalidades políticas, dijo en rueda de prensa que “Es un camino largo, arduo, difícil, pero el diálogo nacional es lo que necesita Venezuela”.

También dijo que “Nuestro objetivo es muy claro, es poner en marcha, intentar un proceso de diálogo nacional, y debo decir que tanto el presidente Maduro como los representantes de la oposición Mesa de la Unidad Democrática han expresado su voluntad de diálogo”.

Y agregó: “No vamos a descansar hasta que arranque el proceso de diálogo, respeto, compromiso social con los sectores que padecen más rudamente la crisis económica”.

Pese a la dura crítica recibida desde sectores oficialistas, las afirmaciones de Zapatero estuvieron muy lejos de ser altisonantes. Fueron más bien ecuánimes, centradas y prudentes, ante la complejidad del escenario que enfrentamos. Incluso no faltó quien, desde los sectores opuestos al gobierno, asegurara que ha debido ir más allá.

Lamentablemente, palabras como crisis o separación de poderes eran ineludibles en su discurso. Quienes se sientan ofendidos harían bien en revisar cuánto de cierto hay en ellas en lugar de cargar contra el visitante.

Más frontal fue Rivera. El joven líder político de Ciudadanos, que ha acaparado la atención en su país y en el mundo, respondió por la calle del medio a las acusaciones de intervencionismo español en los asuntos internos de nuestro país: “El enemigo del pueblo venezolano no es el pueblo español, el enemigo de Venezuela es el hambre, la falta de medicamentos, la inseguridad en las calles, que nadie se confunda de enemigo, los españoles somos amigos de los venezolanos”.

Y fue más allá en su análisis de lo que hoy afrontamos por esta latitudes: “El modelo político y económico actual de Venezuela está en contra de los signos de los tiempos, los tiempos piden libertad, los tiempos piden competencia, los tiempos piden bienestar social  y los tiempos piden igualdad de condiciones, igualdad de oportunidades, y por tanto estoy convencido de que la apertura también del modelo económico y social  conllevarán en Venezuela en un futuro en la posibilidad de que la gente pueda generar riqueza y redistribuirla”.

Rivera se expresó de esta manera en una reunión con la Comisión de Política Exterior de la Asamblea Nacional, en la cual reiteró su visión de que la salida al juego trancado que padecemos los venezolanos es el referendo revocatorio. Y valga acotar que su entrada a nuestro país no fue impedida, como se había amenazado, creando de esta manera gran expectativa con su llegada.

Quienes hoy nos gobiernan, tienen que asumir que nos han llevado a un estadio de precariedad tal, que países que sienten fuertes nexos afectivos con nosotros se plantean muy seriamente la donación de medicamentos y comida. Tal es el caso de España, de donde llegaron en tiempos pasados numerosos migrantes para construir patria en esta tierra y que han echado raíces por generaciones enteras de este lado del océano.

A veces, nos hace bien ser vistos con ojos que nos observan desde afuera. Quizá estamos demasiado imbuidos en nuestra propia crisis y el feedback desde el exterior es entonces bienvenido.

Y resulta que, estos dos visitantes, coinciden con la visión interna de muchos venezolanos: sí hay crisis, es grave, no se puede menospreciar. La solución pasa por las instituciones y por el revocatorio. Con cabeza menos caliente que la nuestra, nos encontramos en las mismas respuestas y soluciones. Mucho bien haría a nuestra situación el escucharlos en lugar de descalificarlos.

viernes, 20 de mayo de 2016

“Inseguridad segura”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

El título de esta nota suena como un contrasentido; pero refleja una realidad del tamaño del Ávila. Lo único que tenemos seguro los venezolanos en estos momentos, es la inseguridad.

Es el tema de conversación de todos en la actualidad, de quienes temen por sus seres queridos, de quienes son víctimas de un episodio delictivo, de quienes están cerca de alguien que ha sido asaltado o incluso ha perdido la vida en este miedo cotidiano que se nos instaló.

No hay día que no nos enteremos de protestas de comunidades o de profesionales del volante, ante el hartazgo de ser objeto de los azotes que accionan a sus anchas en el territorio nacional, sin que nadie pueda poner un coto efectivo a la situación.

Si bien las raíces de este problema vienen de muy vieja data y no fueron corregidas en tiempos cuando el asunto era mucho más manejable, también es cierto que al día de hoy no ha hecho sino empeorar exponencialmente. Y parece encaminarse hacia el caos ante la inacción de los responsables de detenerlo.

De nada han servido más de veinte operativos rimbombantes con sonoros nombres y que caen en el olvido en cosa de pocas semanas. Ni siquiera sumó mucho la loable iniciativa del plan desarme, implementado con medulares errores de concepción; y que, ante las colosales dimensiones del asunto, lució como el intento de apagar un incendio con una pistola de agua.

Tampoco parecen alcanzar mucho las más recientes OLP, que no solamente se ven desbordadas por la realidad; sino además han sido cuestionadas por su escasa regulación y por los colaterales abusos en derechos humanos, que las emparentan con antiguas redadas que han sido duramente criticadas por voceros de la administración actual, sin caer en cuenta que el pecado se repita sin mayores modificaciones.

Incluso, el recién estrenado estado de excepción, que se intenta vender como la panacea –una suerte de aceite de hígado de bacalao que sirve para todo- también trae supuestamente soluciones para un problema que no ha hecho sino engordar exponencialmente en los últimos quince años.

Eso, para no contar con otros problemas indirectos que debe enfrentar cualquier iniciativa de proteger a la población, como lo es el hecho del alto porcentaje de patrullas inoperantes debido a la falta de repuestos en el país para vehículos automotores.

Ya son cada vez menos los venezolanos que se crean expectativas con los anuncios de atacar el tema, que se van solapando unos con otros mientras las cifras de fallecidos por violencia aumentan y nos dejan muy mal parados en las estadísticas mundiales; aún a pesar del sub registro que existe, dada la desinformación que propician las fuentes oficiales y los obstáculos que encuentran medios de comunicación y organizaciones no gubernamentales para hacerle seguimiento al tema. 

Del otro lado de la realidad, el número de escoltas en esta patria insegura, aumenta cada día, hasta situarse en casi diez mil, lo cual no solamente reafirma el alarmante nivel de inseguridad; además deja claro que solamente se pueden sentir protegidos quienes se pueden dar el lujo de pagar una custodia privada.

Desde este espacio hemos insistido reiteradamente en lo preventivo, que es la mejor manera de erradicar de raíz el problema; obviamente acompañado por lo punitivo. Sin embargo, en este sentido, nuestra nación parece aún más desvalida.

Educación, cultura, deporte, trabajo, todos son elementos que deben ser generados por las autoridades gubernamentales en alianza con la iniciativa privada.

Pero para ello, ambos actores sociales tiene que verse el uno al otro como complementarios y no como enemigos. La fractura de la sociedad es la brecha por donde se cuela el delito.

En cuanto a lo punitivo, hay quienes claman por el aumento de las penas, e incluso por la misma pena de muerte. Esto, para no hablar del repudiable acto de los linchamientos, que también ha venido aumentando ante la urgencia de hacerse justicia por mano propia. Hechos que merecen condena pero que también llaman a la pregunta: ¿por qué se originan? ¿Cuándo nos enfermamos tanto como colectividad?

Pero cabe preguntarse: ¿no es esto poner el carro delante de los caballos? Con policías mal pagados, que deben enfrentar a bandas con armamento de guerra, con un sistema judicial desbordado y colapsado que está muy lejos de poder enfrentar la desbordante situación; y por si fuera poco, con cárceles que son inexpugnables escuelas de delincuencia, que se hallan muy lejos de reeducar y reinsertar al privado de libertad.

Si las numerosas pérdidas de vidas que nos conmueven todos los días, no logran sentar a las fuerzas vivas del país hoy enfrentadas, nada lo hará. Y este es un paso clave para poder colocar toda la voluntad política de la dirigencia en salvaguardar la identidad de cada venezolano.


viernes, 13 de mayo de 2016

“Los tiempos sí dan”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

El inminente referendo revocatorio al Presidente de la República, constituye una de esas ocasiones en las cuales son las fuerzas alternativas democráticas quienes marcan la brújula de la discusión política nacional.

En nuestra tierra ya nadie habla de la ficticia y poco creíble guerra económica, por más que desde la tolda roja se intente insuflarle verosimilitud.

Aquí se habla es de revocatorio. Sea para defenderlo, para satanizarlo, para torpedearlo o para viabilizarlo, el debate nacional tiene ya un nuevo protagonista.

Y es que este derecho constitucional es sin duda la válvula de escape que se encuentra justo a tiempo con la enorme frustración nacional que nos arropa a todos, y que se convierte en la luz al final del túnel cuando la cotidianidad se ha convertido en desesperación y desesperanza.

Y en el momento actual, la discusión es por demás sensible: ¿dan los tiempos para celebrar el revocatorio este año?

Porque existe una fecha, que es el 10 de enero de 2017, que es un parteaguas. Si lo realizamos antes de ese día, se llama a nuevas elecciones en un mes y esta etapa de la historia queda justamente en la historia: en el papel, en los libros, en la memoria y en el olvido. Pero ya pasamos la página.

Si el acto comicial sucede luego de ese día, el vicepresidente ejecutivo de la República terminaría el período presidencial y se relevaría de su cargo al individuo que hoy ocupa la primera magistratura; pero la estructura de poder seguiría intacta hasta el año 2019.

Y lo que nos enseña la experiencia, es que se seguirían cometiendo exactamente los mismos errores que nos han encallejonado en esta tragedia nacional. O quizá otros peores.

Por ello, es decisivo para nuestro destino inmediato y futuro como país, que esta cita democrática se celebre a la brevedad posible. Y por ello inquietan las delaciones, demoras, contratiempos y demás escollos que están apareciendo en el camino.

Toda la venezolanidad responsable le hace un llamado a las autoridades competentes, ya que se está enrevesando el ejercicio de un derecho ciudadano amparado en nuestra Constitución Nacional y recordemos que, la justicia que tarda, no es justicia, según reza un principio jurídico universal.

Como dijimos líneas más arriba, se trata de la válvula de escape a una situación frustrante y desesperante; por lo cual todo el que tenga verdadero amor por este país, debe contribuir a allanar el camino.

Hay que recordar que la incontenible voluntad de cambio que hoy late en cada esquina, se volcó masivamente a la calle el 6 de diciembre pasado y contra todo pronóstico, logró una victoria arrasadora e indiscutible en las elecciones parlamentarias.

Esa es la misma voluntad de cambio que exige hoy por todas partes la materialización del mecanismo constitucional idóneo para dar un golpe de timón en la conducción del país.

Como bien dijera el gobernador del estado Miranda Henrique Capriles, uno de los principales líderes promotores de la salida revocatoria: ““En el 2013, en 30 días se organizó una elección presidencial, cómo no se va a poder organizar un revocatorio y las elecciones de gobernadores este año, si apenas estamos en mayo”.

Cuando se quiere,  se puede. Cuando no, pues se le busca la quinta pata al gato. Y si no se le encuentra, se le fabrica.

No se puede irrespetar con subterfugios endebles a los millones de venezolanos que salieron a firmar a cara limpia, poniendo su nombre y apellido, venciendo miedos endebles y fantasmas falsos para demostrar que no hay temor que se pueda imponer sobre la necesidad de modificar el rumbo de una nación. La historia universal y la venezolana nos lo han demostrado en suficientes oportunidades.

Los vericuetos y dilaciones en la validación de las firmas están generando un legítimo malestar entre los venezolanos demócratas –la contundente mayoría, según quedó demostrado el 6D- quienes sienten una inocultable burla a su voluntad muy mal encubierta en esta circunstancia.

Y cuando hablamos de venezolanos demócratas, también incluimos a los simpatizantes del oficialismo que prefieren ir a contarse como mecanismo para solventar este callejón sin salida. Hablamos de quienes se mantendrán en sus simpatías con la tolda roja, pero jamás renunciarán a hacer las cosas como se deben hacer, aunque ello implique ir a contarse y reconocer una derrota cantada, que sin duda traería una reflexión y un replanteamiento que solamente puede traducirse en mayor bienestar para quienes habitamos Venezuela.

Desde esta acera de la Venezuela del presente y del futuro, reiteramos que la Unidad ha cumplido con todos los requisitos exigidos por el Poder Electoral para activar el mecanismo comicial y acortar el periodo presidencial actualmente en curso.


“Prensa y libertad”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui 

Tras haber celebrado recientemente el Día de la Libertad de Prensa, quedan numerosas reflexiones por hacer, de cara a haber escuchado las inquietudes que tienen los profesionales de este gremio respecto al ejercicio de su trabajo.

Es lamentable que este día se conmemore leyendo que por el mundo entero existen periodistas encarcelados y torturados, para no hablar de las ejecuciones de estos trabajadores realizadas por grupos extremistas y difundidas en videos que conmovieron al mundo.

Lo primero que hay que decir, es que no hay democracia sin prensa libre; la que es el contrapoder de las sociedades, tal como se puede ver en ejemplos como el del caso Watergate, en el cual la denuncia de dos periodistas del periódico The Washington Post terminó precipitando la renuncia del presidente de Estados Unidos.

Entre las urgentes demandas escuchadas de los periodistas venezolanos en este día, destacaron –por lo preocupantes- la necesidad del cese de las agresiones que sufren los reporteros en el ejercicio de sus funciones en las calles.

Igualmente, también solicitaron por parte del Estado venezolano una mayor eficiencia en el procesamiento de sus denuncias al respecto; ya que como norma siempre caen en saco roto, cultivándose así la impunidad, que solamente abona el terreno para que estas preocupantes situaciones violentas se repitan con mayor frecuencia.

Informar no es delito. Cuando alguna de estas inquietantes noticias que hoy vemos los venezolanos conmueva a la opinión pública, hay que volver la mirada crítica hacia el hecho en sí y no hacia quien lo reseñó. Se trata de alguien que está haciendo su trabajo y que no tiene responsabilidad alguna en que los sucesos se hayan desenvuelto en la manera en la que ocurrieron.

Ciertamente, en Venezuela estamos lejos de los extremos mencionados unas líneas más arriba… pero, ¿hasta cuándo? Porque si no se pone un límite a lo que sucede, las cosas empeorarán hasta hacer de la agresión al periodista parte de una cultura. ¿Es lo que queremos para nuestro país? Estamos seguros de que la inmensa mayoría democrática de los venezolanos responderemos con un tajante “No”.


viernes, 6 de mayo de 2016

“Escuchando la calle”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui 

En Venezuela se acabó la conversación cotidiana. Ya no va sobre el viaje a la playa, el cumpleaños de un pariente o el desempeño escolar de los hijos. Todo eso es secundario, para no decir inexistente en estos tiempos.

Hoy se habla como una letanía y como una obsesión, de lo mucho que no se consigue o de lo poco –muy poco- que sí, de las horas de cola que hay que pagar como una penitencia sin haberse cometido pecado que lo mereciera, de que a fulanita la robaron pero “menos mal que no le hicieron nada”.

A los habitantes del país más feliz del mundo de a ratos y cada vez con mayor frecuencia, se les borra la sonrisa. La frustración es el pan nuestro de cada día: frustración por fracasar una y otra vez al intentar conseguir los productos que se necesitan; porque, cuando se consiguen, el dinero no alcanza; porque este estado de cosas no solamente empeora, sino además se prolonga.

Familiares y vecinos se organizan en grupos para avisarse unos con otros dónde hay tal o cual producto o, incluso, recurrir al trueque, como si la moneda no existiera. Y es que estamos como si en verdad no existiera. El “bolívar fuerte” pierde por minutos su capacidad de compra y deshonra a nuestro Libertador con su nefasto desempeño; siendo hoy la moneda más pulverizada del planeta.

Estamos hablando de que, de manera extraoficial, el índice nacional de precios al consumidor cerró 2015 en 270,7%, la cifra más alta registrada por nuestra nación en la historia. Y lo que nos espera para 2016 se perderá de vista, según lo que hemos podido vivir hasta el momento.

La escasez por su parte, pisa en 70%, según cifras de Entorno Inteligente. Lo cual quiere decir que la gente no compra lo que quiere, desea o necesita, sino escasamente lo que consigue.

Esta cifra inflacionaria se oculta con el pudor y la vergüenza de quien ha hecho mal su trabajo, se cuenta como un secreto a voces; ya que los organismos encargados de darla a conocer oficialmente más bien prefieren hablar sobre entelequias ficticias que lancen sobre otros las culpas.

Por si fuera poco, según el Banco Central de Venezuela, entre 2014 y 2015 el país acumuló un desplome cercano al 10% del Producto Interno Bruto (5,7 en 2015 y 4,0% en 2014). En 2016 la caída será superior al 8%. Quienes saben de economía, saben también que este es el índice más fiel de la salud de un país.

Y la economía no es nada abstracto ni etéreo. Se trata de lo que, a final de cuentas, nos permite –o nos impide-  llevar alimento a la mesa.

La cumbre de la descomposición social que avanza a paso de vencedores y sin que nadie que ostenta el poder haga algo, es el bachaqueo.

Neologismo omnipresente en toda conversación de los tiempos actuales bajo el cielo venezolano, hay que explicar a la gente de otras latitudes, qué significa tan inusual y caribeña palabra.

Hay que contar que la desfiguración social de un disparate mayúsculo que no merece el nombre de política económica ha creado un nuevo oficio, digno de países en guerra.

Que se ha creado una subterránea mafia sin rostro que organiza un mercado paralelo –en Venezuela hay mercados paralelos hasta de huevos- y que se ha instaurado como cotidianidad de los venezolanos el observar o participar en largas colas, ante los pocos establecimientos que tienen algo valioso que vender.

Que, desesperados porque el dinero no alcanza, desde taxistas hasta maestros se “rebuscan” bachaqueando. Que al momento actual no hay más proyecto de país que el salir a la calle a ver cómo se consigue algo. Que hay hogares donde se rifan la cena porque no alcanza para todos. Que la mayor aspiración de futuro que tienen las mayorías depauperadas por esta es comer completo mañana.

Las redes de abastecimiento de alimentos gubernamentales, anunciadas con bombos y platillos han fracasado estrepitosamente; y mientras unas cierran, en otras se penaliza a quienes tomen fotos de sus neveras vacías.

Y más allá, se dan vergonzosos espectáculos de venezolanos arrebatándose entre sí paquetes de pasta, porque o se arrebata o no se lleva comida a la casa. Hemos sido degradados como nación al salvajismo y la animalidad; pero no por falta de “urbanidad y buenas costumbres”, sino porque nos han puesto contra la pared. Se han metido con nuestra comida.

Los venezolanos nos hemos convertido en una ciudadanía triste y no hay maquillaje de eslóganes o frases hechas que disimulen este pesar. Resultan risibles, pobres, fuera de lugar y sobre todo poco creíbles. No las creen ni quienes las pronuncian, ignorando ese sentido del ridículo que les exige quedarse callados. 

¿Puede alguien tener la voluntad de echar para adelante, cuando se estrella varias veces al día contra el muro del fracaso, de un fracaso del cual no es responsable? ¿Puede un país progresar con tal rosario de penurias?