David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Lo que hasta hoy se dibuja como
una dantesca masacre de veintiocho mineros ocurrida días atrás en Tumeremo,
estado Bolívar, tiene, a nuestro modo de ver, dos lecturas: la aberración del
hecho en sí y la extrapolación del mismo como un síntoma de lo que hoy padece
Venezuela.
Cabe preguntarse cuál es el
concepto de soberanía que tenemos sobre nuestro territorio, cuando hechos como
el cuestionado demuestran que los límites de nuestra patria están descuidados,
por decir lo menos, y que la irregularidad es la cotidianidad en esas
latitudes.
Es más, escapa de nuestra
percepción hasta dónde se puede llegar en territorios tan alejados, cuando ya
en nuestras grandes ciudades se han perdido los límites de cualquier tipo en
cuanto al más elemental respeto a la vida.
Cuando los venezolanos
enfrentamos hechos atroces, como el mencionado, que dibujan hasta qué límite el
gobierno ha perdido el control sobre el país, suelen darse lamentables
situaciones como consecuencia, que no hacen sino reafirmar lo que hoy aquí afirmamos.
Los diversos voceros
gubernamentales no se ponen de acuerdo, y las contradicciones entre las
distintas declaraciones no hacen más que poner de manifiesto que algo hay
oculto. Sobran por cierto, epítetos fuera de lugar, como “las declaraciones de la
derecha”. Es un insulto a todos los venezolanos el querer distraer la atención
de los hechos con cortinas de humos tan desgastadas.
¿Por qué mientras unos voceros
niegan a priori los sucesos, otros dicen que “hay indicios” y otros más culpan
–también a priori- a paramilitares? ¿Son los paramilitares culpables de algo
que no ocurrió? ¿Ocultan algo estos funcionarios? ¿O es simplemente un síntoma
de que no tienen ni idea de lo que sucede en sus jurisdicciones?
Es penoso ver que un pueblo
indignado protesta por sus muertos y que las fuerzas de seguridad van a
contener la indignación, cuando no tuvieron la capacidad de evitar la tragedia.
Todos los venezolanos compartimos en mayor o menor grado una devastadora
sensación de desamparo ante la violencia que se lleva vidas constantemente en
esta tierra.
Quizá lo más triste que pueda
relatar un país es su desconfianza ante los cuerpos que se supone existen para
cuidar a su gente.
También vemos cómo las redes
sociales de esta segunda década del siglo XXI permean la muralla de
desinformación que intentan construir quienes ingenuamente creen que el agua se
puede guardar en un puño.
Daría risa si no fuera tan
triste, el ver cómo funcionarios de todo rango intentan construir medias
verdades cuando las certezas las desmienten en forma avasallante, porque
destiñen en cosa de horas lo que nos e ajuste a los hechos, documentados por
los implacables reporteros ciudadanos y los omnipresentes celulares.
Preocupa e inquieta que el pueblo
y la GNB estén en la calle a la vez en el sector de los hechos. Ambos en
extremos opuestos de las versiones de lo sucedido. Bajo miedo, rabia y tensión.
¿De qué padecemos, de qué nos enfermamos como nación?
Otro testimonio de agradecimiento
hay que darlo a los medios independientes, especialmente a los regionales,
quienes valientemente han ido reconstruyendo por cuentagotas y a contrapelo, lo
que parece haber sucedido. Y que pinta algo tan sórdido, que nos lleva a exigir
que se siga adelante, porque tenemos derecho a saber, y tenemos derecho a la
justicia.
Muchos autoproclamados defensores
de los derechos humanos, que se desgarran las vestiduras por masacres del
pasado o de otras latitudes, guardan un silencio vergonzoso y cómplice ante lo
que hoy nos conmueve a todos. Estos hechos dejan al desnudo sus sesgos ante la
opinión pública.
Ni los paramilitares ni las
bandas son disculpa alguna ante la omisión de los funcionarios obligados a
resguardar a nuestros compatriotas y nuestro territorio. Hay declaraciones de
personeros del gobierno que parecen sonar adecuadas. Ojala entre la palabra y
los hechos medie una distancia demasiado grande. Ya nos hemos acostumbrado
demasiado a no confiar.
Hay sobrevivientes y las verdades
comienzan a salir. De distintos rincones de los alrededores aparecen testigos y
sobrevivientes de lo que sucedió. Hay
quienes se empeñan en callar y ocultar. Mientras otros tantos no se dejan
expropiar su verdad. Y los venezolanos seguiremos atentos ante esta
consternación nacional.
En situaciones como esta es
cuando agradecemos y valoramos tener una Asamblea Nacional independiente del
poder Ejecutivo, que se constituya en una alternativa para decir lo que se
calla, y para investigar en lo oscuro y profundo de lo que desconocemos.
Sin duda es un gran logro, por el
cual debemos felicitarnos a nosotros mismos, ya que parece ser el único cable a
tierra en estos tiempos de anomia generalizada.
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