viernes, 11 de marzo de 2016

“Tumeremo, o nada asombra”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Lo que hasta hoy se dibuja como una dantesca masacre de veintiocho mineros ocurrida días atrás en Tumeremo, estado Bolívar, tiene, a nuestro modo de ver, dos lecturas: la aberración del hecho en sí y la extrapolación del mismo como un síntoma de lo que hoy padece Venezuela.

Cabe preguntarse cuál es el concepto de soberanía que tenemos sobre nuestro territorio, cuando hechos como el cuestionado demuestran que los límites de nuestra patria están descuidados, por decir lo menos, y que la irregularidad es la cotidianidad en esas latitudes.

Es más, escapa de nuestra percepción hasta dónde se puede llegar en territorios tan alejados, cuando ya en nuestras grandes ciudades se han perdido los límites de cualquier tipo en cuanto al más elemental respeto a la vida.

Cuando los venezolanos enfrentamos hechos atroces, como el mencionado, que dibujan hasta qué límite el gobierno ha perdido el control sobre el país, suelen darse lamentables situaciones como consecuencia, que no hacen sino reafirmar lo que hoy aquí afirmamos.

Los diversos voceros gubernamentales no se ponen de acuerdo, y las contradicciones entre las distintas declaraciones no hacen más que poner de manifiesto que algo hay oculto. Sobran por cierto, epítetos fuera de lugar, como “las declaraciones de la derecha”. Es un insulto a todos los venezolanos el querer distraer la atención de los hechos con cortinas de humos tan desgastadas.

¿Por qué mientras unos voceros niegan a priori los sucesos, otros dicen que “hay indicios” y otros más culpan –también a priori- a paramilitares? ¿Son los paramilitares culpables de algo que no ocurrió? ¿Ocultan algo estos funcionarios? ¿O es simplemente un síntoma de que no tienen ni idea de lo que sucede en sus jurisdicciones?

Es penoso ver que un pueblo indignado protesta por sus muertos y que las fuerzas de seguridad van a contener la indignación, cuando no tuvieron la capacidad de evitar la tragedia. Todos los venezolanos compartimos en mayor o menor grado una devastadora sensación de desamparo ante la violencia que se lleva vidas constantemente en esta tierra.

Quizá lo más triste que pueda relatar un país es su desconfianza ante los cuerpos que se supone existen para cuidar a su gente.

También vemos cómo las redes sociales de esta segunda década del siglo XXI permean la muralla de desinformación que intentan construir quienes ingenuamente creen que el agua se puede guardar en un puño.

Daría risa si no fuera tan triste, el ver cómo funcionarios de todo rango intentan construir medias verdades cuando las certezas las desmienten en forma avasallante, porque destiñen en cosa de horas lo que nos e ajuste a los hechos, documentados por los implacables reporteros ciudadanos y los omnipresentes celulares.

Preocupa e inquieta que el pueblo y la GNB estén en la calle a la vez en el sector de los hechos. Ambos en extremos opuestos de las versiones de lo sucedido. Bajo miedo, rabia y tensión. ¿De qué padecemos, de qué nos enfermamos como nación?

Otro testimonio de agradecimiento hay que darlo a los medios independientes, especialmente a los regionales, quienes valientemente han ido reconstruyendo por cuentagotas y a contrapelo, lo que parece haber sucedido. Y que pinta algo tan sórdido, que nos lleva a exigir que se siga adelante, porque tenemos derecho a saber, y tenemos derecho a la justicia.

Muchos autoproclamados defensores de los derechos humanos, que se desgarran las vestiduras por masacres del pasado o de otras latitudes, guardan un silencio vergonzoso y cómplice ante lo que hoy nos conmueve a todos. Estos hechos dejan al desnudo sus sesgos ante la opinión pública.

Ni los paramilitares ni las bandas son disculpa alguna ante la omisión de los funcionarios obligados a resguardar a nuestros compatriotas y nuestro territorio. Hay declaraciones de personeros del gobierno que parecen sonar adecuadas. Ojala entre la palabra y los hechos medie una distancia demasiado grande. Ya nos hemos acostumbrado demasiado a no confiar.

Hay sobrevivientes y las verdades comienzan a salir. De distintos rincones de los alrededores aparecen testigos y sobrevivientes de lo que sucedió.  Hay quienes se empeñan en callar y ocultar. Mientras otros tantos no se dejan expropiar su verdad. Y los venezolanos seguiremos atentos ante esta consternación nacional.

En situaciones como esta es cuando agradecemos y valoramos tener una Asamblea Nacional independiente del poder Ejecutivo, que se constituya en una alternativa para decir lo que se calla, y para investigar en lo oscuro y profundo de lo que desconocemos. 

Sin duda es un gran logro, por el cual debemos felicitarnos a nosotros mismos, ya que parece ser el único cable a tierra en estos tiempos de anomia generalizada.


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