David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Con el título de este artículo
parafraseamos la novela de Mark Twain “Un yanqui en la corte del Rey Arturo”,
pero esto va más allá de un juego de palabras. Como el protagonista de la
mencionada obra literaria -que llega a la Inglaterra medieval cargado de los
adelantos del siglo XIX- los cubanos y el mundo esperan que con la visita de
Barack Obama, el siglo XXI arribe de una vez por todas a Cuba.
No es poco el revuelo mundial que
ha causado el progresivo descongelamiento de las relaciones entre Estados Unidos
y la mayor de las Antillas. Un anacrónico barco a la deriva de la Guerra Fría,
con más de 50 años, mantenía en punto muerto el vínculo entre ambas naciones
vecinas.
Y por supuesto, el acercamiento
ha traído polémica. Lo primero que temen –no sin razón- los defensores de los
derechos humanos es que la presencia del inquilino de la Casa Blanca sirva para
legitimar la tantas veces denunciada persecución a la disidencia de la isla. Y
adicionalmente, para dar un visto bueno a las prácticas alejadas de la democracia
que son conocidas del mundo entero.
Lo primero que hay que decir, es
que lo peor que puede suceder es la inacción. El juego ha estado trancado por
décadas, todo lo hecho hasta el momento no ha servido para levantar la derruida
economía de la isla y por lo tanto, la gente sigue padeciendo la penuria como
forma de vida. En esta situación, aplica aquella sabia máxima: “Si siempre
haces lo que siempre has hecho, siempre obtendrás lo que siempre has obtenido”.
Era urgente intentar algo nuevo.
Hay quienes aseguran que Obama se
lanzó la arriesgada jugada porque quería pasar a la historia. No es algo
ilegítimo, siempre y cuando esa ambición personal –y hasta egoísta, sí- se
concrete a través de una acción que deje al mundo mejor.
No está de más recordar al muy
republicano y conservador Ronald Reagan dándose la mano con el líder soviético
Mijaíl Gorbachov y ayudando con un empujoncito a la caída del oprobioso Muro de
Berlín y de toda la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Y no es que Reagan haya generado
tal desenlace. Toda esa estructura cayó sola, por su peso, por su ineficiencia,
por estar en la antípoda de las más elevadas y legítimas aspiraciones humanas
que se reducen a una palabra: libertad. Lo destacable es cómo Reagan supo leer
los tiempos y ayudar a la historia en la dirección correcta. Cosa que por
cierto, también hizo Gorbachov.
Sobra decir que la Casa Blanca no
da puntada sin dedal y que también debe estar leyendo entre líneas cosas que
para el común de los mortales están vedadas. Esta vez es un demócrata quien
hace una jugada audaz. Jugada que, por cierto, anticipamos desde estas líneas y
no con dotes sobrenaturales, sino simplemente deduciendo que un presidente que
va de salida y a quien no le toca reelección siempre apuesta por una despedida
grandiosa, aunque sea polémica, ya que no deberá afrontar de nuevo el juicio de
los votos.
Del otro lado, hay que tomar nota
del pragmatismo de Raúl Castro: la bandera proscrita por casi 60 años, hoy
ondea tranquilamente por toda la isla; las barras y estrellas están en el
atuendo de los ciudadanos y se han convertido en un fetiche de moda.
Tras ello, no hay mucho que
decir: el agotamiento del improductivo modelo cubano, que llevó ruina no
solamente a la propia patria de Martí, sino a toda latitud donde fue
exportado. Al castrismo no le queda sino
abrirse. ¿Cómo, cuándo, hasta qué límite? La respuesta la dará el tiempo; pero
la ruta es esa.
¿Llegarán las inversiones? ¿El
internet libre? ¿Qué sucederá con los presos de conciencia y con agrupaciones
disidentes como las Damas de Blanco? ¿Se podrá detener la tragedia de los
balseros?
La cubana Yoani Sánchez apunta en
su blog Generación Y, que es enorme la esperanza que llega con el emisario de
Washington. Entre otras cosas, por tratarse de un mandatario de color, en una
isla donde hay todos los matices de piel y con una elevada población mestiza.
Ante el estamento habanero que
está cercano a arribar a seis décadas –y que adicionalmente es de piel blanca-,
no puede menos que producirse una enorme identificación de la gente, según
Sánchez.
En Estados Unidos en 1955, Rosa
Parks fue arrestada por no ceder su puesto a un blanco en un autobús. Y 53 años
después, Barack Obama se convierte en presidente, demostrando cómo ese país es
capaz de evolucionar y transformarse. Algo que quieren los cubanos para ellos:
cambio.
Lo que deben tener presente de
aquí en adelante tanto Obama como sus detractores, es que lo que importa es la
gente. La calidad de vida de los cubanos es un asunto largamente postergado y
definitivamente prioritario. Demos un voto de confianza a esta vuelta de tuerca
y confiemos en que sea para bien de todos.