David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Hay quienes sostienen que la
entrada de la humanidad al siglo XXI tuvo que ver con los atentados ocurridos
el 11 de septiembre de 2001, cuando las torres gemelas de Nueva York se
desplomaron ante la atónita mirada de todo el planeta.
Casi tres lustros después, nos
preguntamos cómo habrá de recordar la historia a la negra noche que padecieron
París y el mundo el pasado 13 de diciembre. Casi 130 muertes y medio centenar
de heridos, recordaron cuán vulnerables somos los seres humanos ante la maldad
de, nada más y nada menos, que otros seres humanos.
Los antecedentes son múltiples y
complejos, aunque un hito fue sin duda el aún reciente atentado a la
publicación Charlie Hebdo, un semanario de humor que fuera objeto de otra
acción de sangre con ribetes propagandísticos el pasado mes de enero.
Con sus satíricas creaciones,
consiguieron la indignación de musulmanes, judíos y cristianos casi por igual.
Por ello, el 7 de enero, dos hombres vestidos de negro y enmascarados, portando
fusiles automáticos Kalashnikov, irrumpieron en su sede y dispararon unas 50
veces. Mataron a doce personas. La rama yemení de Al Quaeda se adjudicó el
ataque contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo en París “como
venganza por el honor” del profeta Mahoma, fundador del Islam.
Estos hechos luctuosos fueron sin
duda antecedentes de los que hoy nos ocupan, que se tradujeron en seis tiroteos
y tres explosiones, que fueron reivindicadas por el grupo Estado Islámico, el
cual señala que los ataques fueron llevados a cabo por ocho de sus miembros.
Según el grupo yihadista, “ocho hermanos que llevaban cinturones de explosivos
y fusiles de asalto se dirigieron a los lugares elegidos minuciosamente por
adelantado en el corazón de la capital francesa”.
El espíritu del terrorismo es
justamente ese, quebrarnos en nuestro centro, hacernos sentir que jamás
volveremos a estar seguros, aspirar a que ni siquiera podamos salir a la calle
a hacer una compra sin sentir miedo, como reza una frase que corrió por allí
justamente a propósito del horror que Francia acaba de padecer.
La respuesta inesperada –aunque
no sorprendente- de Francia, atacando posiciones fundamentalistas en Siria,
añade más terror al ya existente. El mundo se pregunta sí, en este momento, nos
encontramos formalmente en guerra.
Por supuesto, cabe preguntarse
hasta dónde podemos unos seres humanos comprender a otros, cuando caben océanos
de diferencias. Hay quienes entienden a la muerte y el exterminio como arma
legítima para lograr lo que desean por encima de sus adversarios. La vieja y
perversa máxima de que el fin justifica los medios.
Como dijéramos tiempo atrás, este
es un problema de toda la humanidad. Estamos hiperglobalizados desde hace ya
tiempo y avanzamos a profundizar cada vez más esa condición. Y vale también
citar aquella metáfora del aleteo de la mariposa en el otro lado del mundo
tendrá alguna consecuencia donde nos encontramos nosotros.
Y se abre un gran abanico de
retos ante el futuro inmediato de nuestra raza. Uno de ellos, cómo seguir
conviviendo en este planeta, un delicado equilibrio que parece verse puesto al
límite con más frecuencia de lo que
sería deseable.
Uno de los matices más complejos
en esta situación, es sin duda, cómo ven a ser vistos de aquí en adelante los
innumerables refugiados que han alcanzado tierras europeas y esperan poder
hacer una vida allí.
El grave peligro de generalizar
las responsabilidades de los hechos de sangre que nos ocupan y extrapolarlos a
una etnia entera, cuando son obra exclusivamente de un grupo de individuos, es sin
duda uno de los mayores riesgos.
De por sí, con esta crisis de
refugiados, recibieron un nuevo aire partidos extremistas en el viejo
continente, y estas agrupaciones se han encontrado con un argumento
extremadamente poderoso desde el pasado 13 de noviembre.
Viene una tarea muy compleja para
las autoridades europeas, quienes deben separar la paja del grano y tener en
cuenta que no pueden cerrar la puerta en la cara de miles y miles de seres
humanos que huyen presas del pánico, la violencia y el hambre; pero obviamente
también deben extremar, no sin motivos, las medidas de seguridad del
continente, que teme el ingreso de militantes extremistas con las peores
intenciones entre ceja y ceja.
Y para todo el planeta, el reto
de convivir con un extremismo que considera que quienes no compartan su fe,
deben ser exterminados. Como comentáramos líneas antes, es una diferencia de
creencias tan radical, que escapa a toda posibilidad de entendimiento. No hay
respuesta para esta difícil confrontación. Entramos a un tiempo incierto, en el
cual las respuestas las irá dando la misma circunstancia.
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