David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Los venezolanos estamos entrando
de lleno en la campaña electoral para las elecciones parlamentarias del 6 de
diciembre. Como lo hemos reiterado desde este espacio en muchas oportunidades,
a pesar de no tratarse de comicios presidenciales, en esta cita se encuentra
una pieza clave del porvenir de Venezuela, como lo es la Asamblea Nacional, que
será nuestro poder Legislativo por los próximos cinco años.
Y desde ya nos venimos
inquietando por la equidad de las condiciones propagandísticas de los dos
grandes grupos que se darán cita en las urnas electorales: el oficialismo y la
Mesa de la Unidad Democrática.
Uno de los motivos por los cuales
en su momento nos opusimos a la llamada reelección indefinida, fue el hecho,
mundial e históricamente comprobado, de que los gobiernos siempre compitan con
ventaja en los encuentro electorales. Es un hecho incontrovertible, partiendo
del aparato de poder y comunicación que cualquier administración gubernamental
ostenta, y del hecho, justamente, de la percepción de poder por parte del
electorado.
Venezuela no es la excepción a
esa regla, y menos aún con el aparataje mediático que el gobierno ha creado
para sí. Como lo confesara alguna vez un funcionario gubernamental, su objetivo
era crear una “hegemonía comunicacional” y lo lograron.
No solamente se comunica el
mensaje oficialista a través de radios, televisoras, periódicos y sitios web
que pertenecen a la nómina del Estado. También se hace mediante pautas
obligatorias en medios privados, lo cual es un beneficio al cual no tienen
acceso los sectores de la alternativa democrática.
Ciertamente, en teoría se regulan
las participaciones propagandísticas de los involucrados en condiciones de
equidad; pero por ejemplo –y en adición-
los sectores opositores no cuentan con ventajas como elementos
propagandísticos desplegados en edificios públicos, a los cuales acuden
numerosos ciudadanos todos los días, quedando expuestos a tales mensajes.
Los árbitros de la contienda
deberían tomar medidas, por ejemplo, en el tema de las inauguraciones de obras
en períodos de campaña electoral. Este es un elemento de perturbación no
solamente en nuestro país, sino en muchas otras latitudes, ya que obviamente es
un recurso de propaganda indirecta para quienes ostentan el poder, que de
entrada no puede ser cuestionado.
Sin embargo, aunque
indirecto, es propaganda. A tal punto
que es muchas naciones se prohíbe la inauguración de obras públicas cuando se
acerca un encuentro electoral. Y en los lugares donde se permite la
inauguración en sí, se realiza con la mayor discreción y sobriedad, con el fin
de disociar la obra en sí de la campaña en cuestión.
En las últimas semanas hemos
visto el corte de cinta de obras sin duda loables y necesarias; pero
acompañadas de un proselitismo definitivamente innecesario, el cual nos hace
inquietarnos por el ventajismo que pueda tener una de las partes en juego.
De parte del árbitro es un
excelente momento para hacer valer su autoridad e independencia y llamar a la
equidad y ecuanimidad en las pocas semanas que quedan entre el momento actual y
nuestro encuentro en los centros de votación.
Y por parte de los funcionarios
gubernamentales sería también una muestra de buena fe la auto regulación de
estas circunstancias, e incluso el brindar espacios a quienes no piensan como
ellos en medios que, como bien dicen sus lemas, son de todos los venezolanos.
Sería digno de aplauso también
que en los mencionados medios pro gubernamentales se bajara el tono de los
espacios que aplauden la obra gubernamental y cuestionan a la oposición, en
contrapartida a los medios de comunicación particulares que han llegado a
balances más equilibrados en asuntos políticos.
Y todo este contexto de prudencia
y sensatez en la propaganda electoral serviría de ejemplo al país entero, a un
país que luce recalentado por sus problemas y que llega exhausto a la cita
comicial.
Recordemos que – también lo hemos
dicho- el ejemplo de respeto y convivencia por parte de quienes ejercen el
liderazgo en el país, sean del bando que sean, es crucial para que volvamos a
ser una sola patria y no dos mitades irreconciliables.
Factor que, por cierto, incide en
el riesgo-país que preocupa a la actual administración, y que no decae a pesar
de los puntuales pagos a los acreedores internacionales. Pero es que estos, más
allá de llevar las cuentas, también monitorean el clima interno, el cual
debería ser de mayo concordia para proyectar confianza hacia afuera.
Así pues, equilibrio, tolerancia
y civismo para la importante cita del domingo 6 de diciembre. Si seguimos las
buenas maneras que deberían ser práctica usual en estas circunstancias,
ganaremos todos, más allá de quien saque el mayor número de votos.
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