El año que temina ha desafiado la
capacidad de asombro de los venezolanos ante las inéditas situaciones que hemos
presenciado en nuestro país. Especificamente en lo económico, hemos llegado a
cosas jamás imaginadas cuando de adversidades se trata.
Sin duda hay que comenzar
hablando de la reconversión monetaria, la segunda en una década, que
lamentablemente cumplió con los más nefastos presagios.
Alguna vez dijimos que la medida
en sí era correcta, de cara a los montos inmanejables de dinero que había que
gastar para comprar los más elementales recursos de subsistencia. Había que convertir esas cantidades insólitas
en montos manejables.
Pero también dijimos que, si no
se saneaban numerosos aspectos errados del manejo económico nacional, la nueva
moneda sería sal y agua en meses. En realidad, sucedió a velocidad de montaña
rusa.
Demás está decir que a estas
alturas del partido, la ciudadanía ha perdido la confianza en bolívar soberano,
el nuevo signo monetario; tanto o más que en su predecesor, el ya fallecido
bolívar fuerte.
Y por si fuera poco, ya tampoco
se consigue a alguien que crea en la capacidad de quienes administran
actualmente nuestra nación, para conjurar la crisis y colocarnos nuevamente en
la senda del añorado crecimiento.
El Fondo Monetario Internacional,
organización financiera de referencia mundial,
ya no prevé una caída del Producto Interno Bruto de Venezuela del 15%,
como hace medio año, sino del 18%. Y otra del 5% para 2019; y otra del 1,5%
para 2020.
Sabemos que las cifras emitidas
por ese organismo no suelen ser del agrado de quienes hoy ostentan el poder. Y
se podrán hacer muchas críticas a esa institución, algunas acertadas, otras no
tanto. Pero lo cierto es que sus mediciones referenciales son de aceptación
mundial y difícilmente refutables.
De hecho, el Banco Central de
Venezuela había dejado de publicar los índices referenciales en una cantidad de
asuntos en los cuales debe hacerlo. No sabemos si esta actitud se debió a lo
inmanejable de las cifras o a que era mejor no hacer públicos unos números tan
sombríos.
Sin embargo, ante la presión
internacional, las cifras reaparecieron. Y superan los peores temores.
Efectivamente, es el mismo BCV quien reconoció, el pasado mes de noviembre, una
contracción del 17% para este año en nuestra economía.
Y lo hizo porque no podía
permitir que la falta de información sobre nuestras finanzas cerrara las líneas
de crédito a la nación, en momentos en los cuales al gobierno le urge mantener
abiertas todas las fuentes de financiamiento, ante los crecientes reveses de
nuestra economía.
En el mismo informe, las cifras
oficiales del BCV ubican la inflación al cierre de 2017 en 860%, una cifra
conservadora, si se considera que el pronóstico del FMI la contabilizó en
2.818%, y la agencia de información financiera Bloomberg proyectó un
1.718%.
Sea cual sea la cifra que tomemos
como cierta, quedamos del mismo modo en el limbo de las espirales
inflacionarias más notables de la historia y cumplimos con el dudoso honor de
estar entre las cifras de inflación más altas del siglo XXI, cuando el fenómeno
parecía estar cada vez más relegado a la centuria pasada, producto de guerras y
de pésimos manejos económicos que se han superado con estudio y conocimiento, y
que cada vez son menos frecuentes en el planeta.
Como dato adicional, el organismo
señala que la inflación cerrará en 1.370.000% este año, pese a que ellos mismos
habían calculado en julio que sería de un millón por ciento.
Para poner la guinda a la torta,
el FMI, en su informe de perspectivas económicas globales que se difundió
recientemente, indica que prevé que Venezuela tendrá en 2019 una inflación de
10.000.000% con una reducción del producto interno bruto de un 5% y proyecta
que la economía caerá en un 18%.
Agregan que “Se espera que la
hiperinflación de Venezuela empeore rápidamente, impulsada por el
financiamiento monetario de grandes déficits fiscales y la pérdida de confianza
en la moneda", según reseña la agencia de noticias española EFE.
Sin embargo, mucha gente dice que
para qué sirven estas cifras, que no se sienten reflejados en ellas. Y tienen
su buena parte de razón. Las urgencias, las carencias, las necesidades y las
frustraciones no se pueden pintar en números.
En lo que sí coinciden cifras y
sentimientos, es en la grandilocuencia. Los números son absurdamente altos,
como también lo es la rabia y la impotencia ante la inacción de quienes ocupan
puestos de poder, cuyo deber es sacar a la nación de este agujero sin fondo, de
esta ruleta rusa en la cual sabemos que cada decisión errónea en materia
económica puede traer la detonación fatal contra cualquier posibilidad de salir
adelante y hundirnos en abismos mucho peores.
David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
Instagram: @DUzcategui
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