viernes, 24 de noviembre de 2017

“Pdvsa”

La reciente detención por presunta corrupción de seis funcionarios de CITGO, la Filial de Petróleos de Venezuela en Estados Unidos, abre una discusión sobre lo que puede estar sucediendo en la empresa más importante del país, prácticamente nuestra única fuente de ingresos como nación.

Más allá de lo que puedan arrojar estas investigaciones a los implicados, cabe tomar el momento como el adecuado para hacer un llamado a tomarnos muy pero muy en serio a esta empresa, que, dado lo medular que es para nuestra supervivencia, debe ser administrada rigurosamente y con criterios de la más absoluta excelencia, con el fin de poder confiar en ella como pilar fundamental de la economía nacional.

Según la versión oficial, los funcionarios señalados habrían renegociado las deudas de CITGO en condiciones adversas a los intereses nacionales, colocando sus activos en Estados Unidos como garantía. Adicionalmente, la versión oficial ha dado a conocer que el intermediario de la negociación obtuvo un beneficio del cinco por ciento del monto refinanciado, también en detrimento del patrimonio venezolano. 

Este es una situación que apenas se inicia y por lo mismo, falta mucho por saber al respecto. Sin embargo, tomando lo poco que sabemos como una hipótesis, cabe preguntarse cuántos desatinos administrativos se estarán cometiendo puertas adentro de lo que muchos han dado en llamar “La gallina de los huevos de oro” de Venezuela y eso es también extrapolable a toda la administración pública, en momentos en los que la economía nacional está atravesando por una etapa extremadamente delicada. 

Este caso sale a la luz pública en medio de una anunciada cruzada anticorrupción que ya ha implicado a unos cincuenta funcionarios al momento de escribir estas líneas. 

No queda más que otorgar el beneficio de la duda a esta iniciativa, ya que, visto el avasallante poder que ha ostentado el oficialismo en estos años, no hay otra manera de atajar estos males y otros tantos, que no sea una rigurosa auto revisión y acciones que vengan desde el mismo seno gubernamental. 

Sin embargo, es lamentable –en medio de esta situación- el enfrentamiento entre los poderes Ejecutivo y Legislativo que ha marcado la vida pública nacional es que, en diciembre de 2015, la Asamblea Nacional fuera ganada por una clara mayoría no afecta al oficialismo, lo cual sería lo deseable en cualquier lugar del mundo, para hacer real el equilibrio de poderes ideal que es la base de la verdadera democracia. 

Y decimos esto, porque se trata de una instancia contralora por excelencia, cuyo deber está enfocado justamente en meter la lupa a este tipo de situaciones. 

Justamente, a raíz de toda esta situación, el parlamento aprobó un acuerdo en el que le pide al gobierno nacional un plan de gestión para atender la situación de la industria petrolera en el país, que incluye también que se plantee la forma en la que se gestionará la deuda externa de Pdvsa, detonante del caso que nos ocupa.

El Legislativo también solicita al gobierno nacional información sobre la administración de la petrolera y sus filiales, debido a que hay incertidumbre sobre el manejo de la compañía, demostrado por estas mismas informaciones ocultas que salen hoy a la luz.

 El Parlamento quiere revisar también los controles sobre la actividad petrolera y que se le informe sobre la cantidad de bienes que posee la empresa, según el acuerdo emanado de esta reciente sesión.

Al parecer, e insólitamente, hay en este caso coincidencias de puntos de vista entre la AN y la Fiscalía General de la República, cosa que es toda una novedad en medio de los virulentos enfrentamientos entre poderes que han caracterizado a nuestra patria en los últimos quince años. 

Si no nos viéramos como enemigos, más allá de los puntos de vista radicalmente opuestos sobre cómo llevar a buen puerto a la maltrecha Venezuela de la segunda década del siglo XXI, podría existir entre ambos poderes una coordinación y una colaboración que tuviera como fin último el bienestar de todos. 

Y esto es un llamado para que tan importante instancia vuelva a ocupar su lugar en la estructura de poder nacional, lo cual no puede sino beneficiarnos a todos. 

Una situación tan delicada, requiere de pluralidad para ser manejada, en principio porque todos los venezolanos merecemos por derecho tener representantes que nos rindan cuentas de estos casos, visto que todos, por el simple hecho de ser venezolanos, somos accionistas de PDVSA, así como de toda la administración pública nacional. 

Quizá este sea el momento y la circunstancia, no solamente para sanear la administración pública nacional, sino también para ordenarla y para entregar cuentas de su manejo a todos los venezolanos.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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viernes, 17 de noviembre de 2017

“Diálogo, otra vez”

Los vaivenes de un nuevo intento de diálogo entre quienes gobiernan el país y los representantes de las fuerzas alternativas democráticas, han sido, por supuesto, objeto de polémicas.

Y no es para menos, cuando nos estamos jugando de manera tan crucial el futuro del país y parece que cualquier maniobra es extremadamente delicada, pero también es cierto que hay que avanzar, tomar riesgos, porque estamos en puertas de perder mucho más de lo que hemos perdido hasta ahora.

El diálogo como tal, es un término y un mecanismo político que parece lucir hoy como desacreditado, vista la frustración acarreada por los intentos previos y sus muy escasos resultados.

Entonces, se preguntarán muchos: ¿por qué seguir insistiendo?

Pues, básicamente, porque esta inmensa mayoría de país que presiona urgida por un cambio, no se puede quedar de brazos cruzados. Porque el cambio es tan vital como impostergable, y porque, sea como sea, debe pasar por el instrumento del diálogo. En dos palabras, descalificar el diálogo por sí mismo, es implosionar el puente de salida de esta crisis.

Imaginemos cualquier escenario de cambio. De un cambio que se tiene que producir, por la inviabilidad de todo lo que está sucediendo actualmente en Venezuela.

Supongamos que este proyecto político aparatosamente derrotado por las incuestionablemente trágicas realidades que ha generado, entienda por fin que se debe pasar la página de la historia.

¿Cuál es el paso del día siguiente? ¿Cómo cerramos esa caja de Pandora que no se ha debido abrir jamás? ¿Cómo se pone de nuevo en marcha el país paralizado, esta vez hacia donde debe ser? ¿Cómo se manejan las innumerables heridas que ha dejado esta etapa desatinada y trágica de nuestra historia?
Lo cierto, tras hacernos todas estas preguntas, es que, hoy o mañana, de una forma o de otra, el diálogo como tal debe producirse, gústele a quien le guste y duélale a quien le duela.

Al momento actual y a la hora de escribir estas líneas, el más reciente proceso de diálogo está detenido, por presuntos incumplimientos de una de las partes, que impiden que estén dadas las condiciones para proteger los intereses de la enorme y mayoritaria masa de venezolanos que clama urgida por una solución a la etapa más adversa de nuestra historia republicana.

Creemos que este es el trabajo. Diálogo no es entrega. Diálogo significa también firmeza y exigencia. Diálogo implica garantías. Diálogo quiere decir que hay condiciones mínimas que cumplir, no renunciar a derechos inalienables, empezar a restaurar y a sanar y jamás, de ningún modo, crear nuevas heridas.

Hacia adentro de la coalición opositora, tenemos el más absoluto derecho de debatir, e discutir, de exigir. Pero no podemos perder de vista jamás ni nunca que necesitamos una dirigencia, una representación. Que hemos logrado fortalecer esta coalición imprescindible para traspasar la adversidad que transitamos.

En síntesis, los desencuentros con el instrumento de diálogo como herramienta para salir adelante, no pueden pasar jamás por descalificarlo per se, ya que sería echarnos a nosotros mismos la soga al cuello. Sería hacer un bypass a un elemento medular y fundamental de la transición que, por el avance mismo de la historia, tiene que producirse.  

Se entiende la rabia, se entiende la ira, se entiende la frustración y la tristeza, amén de la incredulidad que ha ganado a unos cuantos.

Pero hay que ver hacia dónde canalizamos correctamente todo ese sentimiento adverso. Porque sí se puede hacer algo con él. Y mucho. Pero en el sentido constructivo de corregir los errores del pasado y de seguir delante de manera más eficaz y eficiente.

No puede ser pensando en dinamitar alternativas que nos favorecen a todos –incluyéndonos, por supuesto- y mucho menos, propiciando por acción u omisión el encierro en un callejón sin salida de quienes navegamos en el mismo barco.

Cabe una vez más la pregunta: ¿cuál es la alternativa que se plantea? Porque la respuesta suele ser el silencio, o disparates que van desde lo inviable hasta lo nocivo. Y entonces volvemos al rumbo de corregir lo que no funciona, pero seguir adelante en lo que ya hemos avanzado.

Condiciones, sí. Y es lo que se trabaja en este momento. Y es la creación de las mismas la que nos permitirá decir algún día que valió la pena. Lo que nos mantiene en la fe de que podemos salir de esto y hacerlo de la mejor manera posible.

Y no solamente eso. Cuando por fin llegue el mañana a Venezuela, cuando definitivamente podamos comenzar a hablar en pasado de esta monumental equivocación, el instrumento del dialogo también va a ser necesario para la reconstrucción y reunificación nacional, como lo demuestran tantas otras naciones que han superado encrucijadas similares a la que hoy nos está tocando a nosotros.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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viernes, 10 de noviembre de 2017

“Venezuela y sus pagos”

Los mercados financieros internacionales han volcado su atención sobre nuestro país esta semana, al conocerse la orden del Ejecutivo nacional de reestructurar masivamente la deuda.

El hecho de pensar en una reestructuración -y de pretender realmente ejecutarla- indica que la actual administración necesita otros términos de pago para sus compromisos y que, por lo tanto, no le resultan manejables los actuales.

Como suele suceder con quienes hoy manejan el país, todo este asunto no deja de tener un lado opaco, que se llena con suposiciones al carecerse de certezas. Circunstancia que, por cierto, hace más daño aún que la peor de las realidades, al dejar flotando en el aire un halo de desconfianza.

Al momento de escribir estas líneas, según el periódico El Nuevo Herald, “los mercados aún se preguntaban exactamente qué se dispone a hacer el régimen ante las pobres perspectivas de negociar exitosamente un reordenamiento voluntario de su deuda”. Una afirmación que corrobora nuestra percepción sobre la incertidumbre que proyectamos hacia quienes nos observan.

La publicación mencionada, agrega que, desde Gran Bretaña, la firma Exotix Capital advirtió que es poco probable que el país pueda llegar a un acuerdo de renegociación de deuda con la mayoría de los tenedores de bonos, especialmente “porque no hay un compromiso verificable para la aplicación de políticas económicas mejores y sostenibles”.

Es decir, todo este episodio transcurre con un trasfondo mil veces analizado, de manejo errado de la economía; que no solamente nos lleva hasta la adversa situación que hoy enfrentamos, sino que, de seguir adelante, imposibilita la solución para este panorama tan complejo y nos conduce hacia senderos aún más oscuros.

La deuda externa venezolana está estimada en unos 150 mil millones de dólares, según fuentes de Wall Street. Esto, sin contar las deudas comerciales con proveedores, socios y contratistas; amén de los compromisos con Rusia y China.

Estos últimos tienen un componente político contaminando el asunto netamente financiero. Sin embargo, habrá que ver hasta qué punto lo monetario puede quedar disculpado si se ponen de por medio las afinidades de pensamiento. ¿Serán los rusos y los chinos la caballería que llegue a salvar la situación? ¿O pesará más –como muchos creen- el vil metal?

por supuesto, a nadie conviene el incumplimiento, y menos aún al gobierno. Obviamente, el renegado “capitalismo salvaje” pasa por cumplir las obligaciones económicas y mantener la solvencia para conseguir acceso a nuevos recursos.

Y en eso, el autodenominado gobierno revolucionario ha sido sumamente cuidadoso hasta el sol de hoy, especialmente por aquello de tener siempre la posibilidad de de solicitar más.

Por ello, inquieta que esta dirigencia, que despotrica de la boca para afuera mientras hace lo imposible por cumplir en la práctica, nos tenga al día de hoy en esta zona gris.

Hablar de reestructuración de la deuda implica emisión de una nueva deuda, para lo cual son revisadas las credenciales del deudor. Ni más ni menos que como hacen los bancos con usted y conmigo, cuando vamos a comprar una casa o un carro. Y a la luz de todo lo enumerado anteriormente, no estamos en condiciones de negociar ventajosamente un nuevo trato.

¿Salir de este atasco? Sí, es posible. Pero el margen de maniobra es cada vez menor y tendría que pasar por ineludibles decisiones radicales, como un giro de 180 grados en la política económica, un golpe de timón que nos lleve en la dirección contraria al precipicio que hoy enfrentamos.

Es muy duro reconocer un error. Es más duro reconocer muchos. Y peor aún si han sido continuados. Pero es la única salida.

El fardo de equivocaciones que se ha ido alimentando durante casi veinte años se hace cada vez más pesado. Y entre todas ellas quizá la que más pesa es la terca y nociva negativa a rectificar, la inconcebible insistencia en seguir errando.

La cosa es que hemos avanzado tanto en el disparate, que ya no basta una nueva declaración de principios, un “propósito de enmienda”, como enseñan las clases de catecismo.

Ya se trata de hechos, es la única manera de recuperar credibilidad. Y de trabajo. De trabajo en la dirección correcta, para más señas. Que no es otra que la de la actividad comprobadamente productiva.

Se insiste en el lugar común de que somos un país rico, pero no actuamos como tal. Y es que, en realidad lo somos y todos lo sabemos. Pero estamos pésimamente administrados.

Decía el multimillonario Nelson Rockefeller que el mejor negocio del mundo era una petrolera bien administrada, y que el segundo mejor era una petrolera mal administrada.

Supongamos entonces, que PDVSA es –aún hoy en día- el tercer mejor negocio del mundo.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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viernes, 3 de noviembre de 2017

“Cataluña: ¿un disparate?“

Entre las noticias que convocan los ojos del mundo en este momento, está la declaración unilateral de independencia por parte de Cataluña y la respuesta del gobierno español.

Se trata sin duda de un asunto sumamente complejo y delicado, ya que arrastra particularidades de esta región autónoma que tiene personalidad propia y ha dejado en claro sus particularidades de idiosincrasia.

Sin embargo, esas autonomías parecen haber sido hasta ahora, una manera de mantener el respeto por las características propias del gentilicio, permitiendo a su vez gozar de los beneficios que trae a todos una España fuerte y unificada.

Yendo de lo específico a lo general, el mundo marcha de manera bastante exitosa –traspié más, traspié menos- hacia unificaciones en bloques. Y es, justamente, la Unión Europea uno de los experimentos más exitosos en este sentido, en los últimos tiempos de la historia.

Por supuesto, el asunto tiene sus bemoles y sus detractores, como lo fue el reciente caso del Brexit. Sin embargo, las unificaciones tienden a fortalecer las economías, a aprovechar y exprimir las potencialidades de los miembros y a limar las asperezas de tiempos pasados.

En este sentido, la unidad española bajo una misma bandera ha sido bastión para que esa nación se mantenga bajo el paraguas unitario europeo. Y eso ha derivado en numerosos beneficios de este poderoso bloque socioeconómico. Por ello, marchar a contramano de esas tendencias mundiales nos parece, por decir lo menos, suicida.

Apelar a viejas heridas para marcar y dividir, en lugar de contribuir a sanar, es por decir lo menos, irresponsable. Pretender sacar dividendos políticos de enfrentamientos que dividan pueblos, es una de las jugadas más miopes que puede hacer político alguno.

Más aún si el tema en cuestión es motivo de división entre la propia ciudadanía catalana, visto que incluso se han hecho manifestaciones en contra de esta separación hecha a contrapelo y precipitadamente, sin bases ni fundamentos suficientes e incluso, con canales legítimos para solucionar diferencias, que en definitiva son absolutamente válidas pero que al final, están muy lejos de ser una causa para que la sangre llegue al río.

Cayendo también en el más puro pragmatismo, hay que entender que, si bien Cataluña tiene un potencial enorme y unas características positivas muy propias, el constituirse en país lo obliga a crear una serie de organismos de los cuales no dispone.

¿Tiene el pulmón económico para hacerlo?

Como Estado soberano, tendría que ocuparse de manejar las fronteras, las aduanas, crear un Banco Central, una oficina de recolección de impuestos, el establecimiento de relaciones internacionales, una oficina de control aéreo y todo lo relacionado con el área de Defensa.

Sobre si hay o no los recursos para ello, "Madrid nos roba" es un slogan popular entre los independentistas catalanes. La creencia de ellos es que, comparativamente, lo que paga Cataluña es más de lo que recibe del Estado español.

En realidad, Cataluña es más rica que otras regiones españolas y eso no admite discusión alguna. Alberga apenas 16% de la población española, pero representa 19% del Producto Interior Bruto y 25% de las exportaciones de España.

En cuanto al turismo, 18 de los 75 millones de turistas que visitaron España en 2016 se dirigieron hacia a Cataluña como su destino principal, lo que la convierte en la región más visitada del país.
Además, alegan que los catalanes pagan más impuestos de lo que el gobierno español gasta en la región.

Según afirman los partidarios de la independencia catalana, los impuestos pagados por los habitantes de Cataluña superan hasta en 16.000 millones de euros el monto que recibe la región desde Madrid. El gobierno central asegura que en 2014 los catalanes pagaron 10.000 millones de euros más de los que recibieron.

Sin embargo: ¿estos recursos alcanzan para sostener los gastos del nuevo país? El mercado para los productos catalanes es el resto de España y con la independencia, esto se modificaría para mal, con lo cual se estima que las ventas caerían 25%.

Otro gran mercado es la Unión Europea, de la cual quedaría automáticamente fuera. Podría solicitar su ingreso, sin embargo, la aceptación tiene que ser unánime de todos los miembros y España sin duda se opondría.

El gobierno catalán tiene deudas por 90 mil millones de dólares, dos tercios de las cuales son con el gobierno español, que otorga financiamiento a las regiones que no tienen acceso al crédito internacional.

Pero lo más triste de todo es que, mientras discutimos estos asuntos totalmente evitables, España y Cataluña gastan tiempo y energía en una pelea prescindible, en lugar de invertirlos en el progreso conjunto. Eso que llaman “la relación ganar-ganar”.

David Uzcátegui
Twitter: @DavidUzcategui
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