David Uzcátegui
@DavidUzcategui
El reciente atentado ocurrido en
la ciudad europea de Barcelona, sacudió al mundo. Y es que esos certeros golpes
sin alma a la humanidad, logran su principal objetivo: poner el foco en las
agrupaciones que están tras ellos, al costo que sea. Literalmente, de sangre.
La premeditación y alevosía de
los cerebros y perpetradores de este monstruoso crimen, se ponen de manifiesto
cuando atacan masivamente en zonas con alta concentración de personas, como en
este caso La Rambla, el muy turístico sector de la ciudad escogida.
Pareciera que la antiquísima
dicotomía de civilización versus barbarie que tan magistralmente retratara
nuestro Rómulo Gallegos en su Doña Bárbara, se mantuviera no solamente viva,
sino alcanzando unas dimensiones cada vez mayores, que avasallan todo aquello
que nos hace humanos.
Younes Abouyaaqoub, el marroquí
de 22 años que era el único ocupante de la camioneta blanca que arrolló a más
de cien personas y mató a por lo menos trece, efectuó un escape en el que
sorteó a varios policías y cobró otra víctima adicional. Increíblemente,
Abouyaaqoub se fugó caminando a paso tranquilo, tras cumplir su cometido.
Tras cuatro días, finalmente fue
abatido en un operativo de las fuerzas de seguridad.
Los otros cuatro sobrevivientes
de la célula yihadista acusada de los ataques, fueron imputados por delitos de
naturaleza "terrorista", y uno de ellos admitió que planeaban un
ataque de mayor envergadura.
Los sospechosos fueron imputados
de "integración en organización terrorista, delito de asesinato terrorista,
estragos y tenencia de explosivos", según cita de la agencia de noticias
AFP a una fuente judicial.
Los cuatro son miembros de la
célula de doce individuos que la policía señala como responsable de los
atropellos masivos.
Barcelona pone al mundo civilizado
una vez más de frente con su peor pesadilla: el terrorismo. Por definición no
se sabe quién es el atacante, quién será la próxima víctima y dónde
ocurrirá.
El terrorismo es en sí, el uso
sistemático del terror para coaccionar a sociedades o gobiernos, utilizado por
una amplia gama de organizaciones, grupos o individuos en la promoción de sus
objetivos, tanto por partidos políticos nacionalistas y no nacionalistas, de
derecha como de izquierda, así como también por corporaciones, grupos
religiosos, racistas, colonialistas, independentistas, revolucionarios,
conservadores y gobiernos en el poder.
Los hallazgos policiales en torno
a estos hechos, son francamente alarmantes. De hecho, una explosión ocurrida en
una casa de una localidad cercana a Barcelona, horas antes de los luctuosos
hechos, dejó dos fallecidos de la presunta célula y otros tantos heridos, lo
cual hace suponer que era un colectivo bastante organizado y dispuesto a
cometer hechos de sangre de bastante mayor envergadura.
La hipótesis que se maneja es que
se lanzaron por un atentado bastante más rudimentario tras la explosión que
arruinó los planes originales.
Y quizá una de las más
perniciosas consecuencias de estas desgracias es la desconfianza y el odio que
queda sembrado en una sociedad, y en el mundo entero.
Residentes musulmanes de Cataluña
salieron de inmediato a manifestar su condena a los hechos, y a recordar que se
han integrado a la sociedad que los recibió. Que no se puede juzgar a toda una
colectividad por las acciones antisociales de unos pocos individuos y que los
crímenes de unos desadaptados no los representan a ellos. Pero sin duda, se
trata de algo que no todos comprenden.
Y por otro lado, no podemos dejar
de hablar del factor que nos devuelve la humanidad en situaciones de esta
naturaleza, es sin duda la reacción de las sociedades que son el blanco de
estos atentados.
En Barcelona hubo disciplina de
la población, acatamiento al llamado de las autoridades, colaboración para
capturar a los autores y una generosidad ejemplar vista, por ejemplo, en los
numerosos donantes voluntarios de sangre.
Sobra decir que la condena a
semejantes tragedias debe ser inequívoca y unánime, pero siempre hay que
decirlo, subrayarlo, recalcarlo. No puede haber duda alguna sobre el rechazo a
estos hechos por parte de la inmensa mayoría del género humano; lo cual es uno
de los muros que podemos erigir en contra de su repetición.
Los actos de esta clase se
pierden lejos en la historia de la humanidad; pero pareciera que la intensidad
de los tiempos que vivimos abona el terreno para que sean más frecuentes y
masivos, y logren su cometido de conmover al género humano en su conjunto.
Los gobiernos del mundo deben
afrontar en conjunto la que es hoy por hoy la mayor amenaza de nuestros tiempos
a través de las instancias que los agrupan y que nacieron para promover la paz,
aunque en circunstancias muy distintas a las actuales.