viernes, 28 de julio de 2017

“Este domingo”


Ante la dramática diferencia en la percepción de la situación del país, que enfrenta al actual gobierno y a las fuerzas democráticas, la palabra desobediencia, se ha colocado en el tapete desde hace un buen tiempo.

Muchos ciudadanos se cuestionan sobre si deben o no obedecer órdenes de funcionarios que están violentando las más elementales normas de la legalidad, por no decir de la lógica misma.

Sin embargo, no es eso lo que vamos a tratar en estas líneas, porque lo que queremos afirmar desde aquí es que el único desobediente en esta historia es el gobierno.

No solamente desoye las numerosas urgencias de la gente, sino que además está descalificando también un mandato contundente expresado a través de la masiva consulta popular del pasado domingo.

Y por si fuera poco, tampoco escucha la voz de la Constitución Nacional, la misma que pretenden ignorar sin más, al seguir adelante con una Constituyente que está muy lejos de cumplir con los parámetros en ella establecidos. En una carta magna, dicho sea de paso, nacida del último proceso constituyente que se ha visto en la historia venezolana y que dejó parámetros bien claros.

La pequeña diferencia, es que las simpatías masivas se inclinaban a favor de quienes hoy mandan en aquellos tiempos. Hoy no. Evidentemente, por eso se buscan atajos y se reinventa la rueda.

Y desde hace rato se ha hecho inocultable que el actual modelo político que pretende seguir rigiendo a Venezuela, no funciona. Tiempo atrás hubo una ilusión de que sería viable; pero esta fantasía se desplomó aparatosamente con la caída de los precios del petróleo.

Coincidiendo este revés económico con la desaparición del líder de este proyecto político, la magia se esfumó.

La gente cayó en la realidad, en esa que se construyó gracias a una pésima administración de las mayores riquezas de nuestra historia que, si hubieran sido invertidas y multiplicadas, nos hubieran colocado a la par del continente en todo sentido.

Pero los hechos son exactamente los opuestos.

Y es allí donde se empieza cocinar este choque de trenes que tiene en vilo no solamente a nuestra tierra, sino al mundo entero.

La gente comienza a desaprobar las ejecutorias gubernamentales, al ver que no le traen bienestar alguno. El gobierno que una vez operara a través de la seducción de las masas, comienza a utilizar la fuerza, al ver que el encanto se fracturó.

¿Cuándo empezó entonces, esta desobediencia por parte de los poderosos?

Es larga la lista de desacatos que en las oficinas gubernamentales se han perpetrado contra la ciudadanía; sin embargo, es muy claro un hecho que marcó lo que hoy vivimos: la confiscación del referendo revocatorio presidencial que debió celebrarse en 2016.

La válvula de escape al legítimo y creciente descontento popular era ese urgente trámite en el cual todos manifestaríamos nuestra voluntad respecto a la continuidad o el cese en sus funciones del actual primer mandatario.

Sin embargo, se corrió la arruga hasta desvanecerlo, básicamente por que todos sabíamos -ellos y nosotros- que el resultado no les sería favorable.

Luego, y en la otra cara de la moneda, presenciamos -ya sin asombro alguno, hay que decirlo- cómo se pretendió confiscar potestades a la Asamblea Nacional, que es el más vigente de los poderes, porque su elección es la de más reciente data entre todos ellos, y adicionalmente, en el marco de su pluralidad, es la que mejor representa al mapa político actual de los habitantes de esta nación.

La condena a todo este cúmulo de desatinases se pudo sentir en la brillantemente celebrada consulta popular del pasado domingo. Organizada por los ciudadanos, sin recursos y en tiempo récord, mostró el músculo de los venezolanos ávidos de democracia.

Y sus resultados dieron un mandato claro, que en Miraflores se niegan a escuchar pero que es obvio en sus exigencias. Un mandato que los mismos que se niegan a reconocerlo, pueden ignorar. Lamentablemente, siguen adelante en un país paralelo, hecho a la medida de sus caprichos y sus voluntades, atropellando y llevándose por delante las urgencia del “soberano”, como ellos mismos llaman a quienes utilizaron cuando el viento les era favorable, y que ahora olvidan tras la amarga aceptación de que perdieron el favor de las mayorías hace mucho rato.

¿Hasta dónde puede llevar esta desobediencia del mandato popular a nuestra patria? Lamentablemente no nos queda otra que decir que lo veremos en los próximos días. La voluntad de quienes mandan amenaza con ejecutarse a contrapelo en las próximas horas, con la consumación de la elección para conformar un ANC que no fue consultada al pueblo. Ellos saben que están haciendo algo que no deben hacer; pero lo que es más importante, lo sabemos todos nosotros. Amanecerá y veremos.

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

viernes, 21 de julio de 2017

“Ciudadanía”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

La impactante épica ciudadana del pasado domingo, sin duda le dio la vuelta a la página en la historia de Venezuela. Hay que haber escogido conscientemente la ceguera como forma de vida, para negarlo.

Ante la reiterada negativa de quienes hoy administran el país a escuchar a la gente, ante la desesperación legítima de las necesidades no satisfechas, ante la ruptura de los canales de diálogo, ante la descalificación de las urgencias, el pueblo decidió gritar. Y el grito se escuchó en el mundo entero. No por nada, el conglomerado de medios internacional BBC tituló la información como "El grito que dio Venezuela".

Los venezolanos decidimos exigir, tomar la iniciativa, demostrarle a ese poder tan mal llevado, que si no cumplen con los deberes para los cuales están allí, nosotros no vamos a ser cómplices ni sumisos, y nos vamos a hacer sentir. Nos hicimos sentir.

Bien debería sacar la actual administración –y cualquier gobierno del mundo- una lección que se ha repetido reiteradamente y hasta el cansancio en la historia universal. Cuando un país es acorralado, arrinconado, puesto contra la pared, cuando se cercenan derechos, cuando el instrumento de comunicación es la burla y la humillación, la expresión popular abre un nuevo cauce. Y eso fue lo que sucedió en nuestra nación.

Todos a una, como en la clásica obra teatral Fuenteovejuna, creamos una nueva vía de expresión popular. Un torrente caudaloso de voluntades, que se expresaron en todas partes del planeta, porque los venezolanos que han partido al exilio, presionados por la agobiante situación nacional, fueron una expresión multitudinaria que hizo noticia en el mundo entero.

Y quizá fueron el elemento más resaltante en la opinión pública internacional, que se pregunta por qué, si la autodenominada revolución es tan exitosa como dice ser, tantos han optado por buscar un destino mejor lejos de su tierra.

Ya está dicho, pero no está demás recalcarlo: la consulta popular de este pasado domingo, sí es vinculante.

Y no hay más que ir a la Constitución Nacional y revisar ese artículo 70, sobre el cual propios y extraños, de cualquier color político, han tenido el ojo puesto en los últimos días.

Dicho artículo establece entre los medios de participación y protagonismo del pueblo en ejercicio de su soberanía, en lo político, a la consulta popular, afirmando que sus decisiones serán de carácter vinculante. Y agrega que “La ley establecerá las condiciones para el efectivo funcionamiento de los medios de participación previstos en este artículo”.

Dicho está, y en letra constitucional. La consulta popular existe, es vinculante y los funcionarios encargados de impartir la ley en nuestro país, tienen el mandato de ocuparse de asegurar las condiciones para el efectivo funcionamiento de dichos medios de participación.

Desoír a más de siete millones de voluntades, nos refrenda lo que sabemos desde hace rato: este gobierno no escucha a nadie. Está en el poder por otros apetitos, por otros intereses, porque tiene una agenda propia ajena al bien nacional.

Pero no está allí por el servicio, por una palabra que no entiende y que se le escapa, que debe ser el norte de todo funcionario público y que, en el manual de estilo oficialista es ignorada olímpicamente; para ser sustituida por otras tareas, que son una traición al mandato popular que recibieron, al cual no han honrado y que hoy, moral y legalmente, ya perdieron.

El nudo en el cual se encuentra atascado el régimen actual, parte del hecho de que todo el marco constitucional vigente y sus leyes derivadas, fueron concebidos en una ola de popularidad que ocurrió hace ya casi dos décadas y que se extinguió hace rato, a punta de hacer mal el trabajo.

Ahora, cuando los instrumentos que estaban creados para jugar siempre a su favor están trabajando en su contra, quieren cambiarlos. Es aquí donde radica la absoluta falta de espíritu democrático.

Es por eso que se nos confisca el referendo revocatorio presidencial que ha debido ocurrir en 2016, y es por eso que la presión comienza a aumentar a niveles exponenciales en nuestra sociedad.

Las alarmas democráticas del venezolano se encendieron al faltar una consulta de obligatorio cumplimiento, máxime cuando la nación se ahoga en problemas, ante la apatía de quienes deberían resolverlos.

Por si fuera poco, como la Constitución ya no nos sirve, vamos a inventarnos una nueva. Pero ni siquiera bajo los preceptos que establece la actual, que vio la luz bajo el mandato de quien se supone es el líder supremo para los gobernantes actuales. No, hay que hacerlo de otra manera, porque no nos acomoda a nuestros planes.

Todo este juego antidemocrático es el detonante de la indignación ciudadana que salió a manifestarse el domingo 16. El balón quedó del lado del gobierno.

viernes, 14 de julio de 2017

“Consulta popular”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Para este domingo 16 de julio, está pautada la consulta popular emanada de las fuerzas democráticas que trabajan por el cambio de nuestro país.

Se trata de un plebiscito, vocablo que significa “citar a la plebe”, es decir, al pueblo, para que opine sobre decisiones de trascendencia colectiva.

No solamente se trata de una figura muy antigua y por demás utilizada; sino también de una herramienta que va totalmente con el escenario venezolano de los últimos tiempos.

Recordemos que fue el chavismo, a través de su líder fundador, Hugo Chávez, quien popularizó la figura del referendo y sus variantes, como una figura que permitiría llevar más democracia a la gente.
Sin embargo, estas formas de consulta popular, chocan contra la miope visión de algunos sectores: son buenas cuando los favorecen, y en caso contrario, evaden mediante cualquier táctica la cita en las mesas de votación.

En la historia reciente de nuestra patria, se ha consultado a la gente respecto a la permanencia del mismo Chávez en el poder en 2004; así como sobre cambios a nuestra Constitución en un par de oportunidades; recordando que las fuerzas opuestas al oficialismo ganamos la consulta de 2007, algo inesperado para muchos.

Es así como llegamos al momento en el cual tocaba el referendo revocatorio de la mitad del actual período presidencial, el año pasado.

La dirigencia democrática activó el proceso, el cual fue respaldado masivamente por la ciudadanía con presencia en la calle y muchas más firmas de las necesarias.

Sin embargo, esa cita, especificada en nuestra Carta Magna actual, no se dio. Fue enterrada bajo vericuetos legales, confiscándole a la gente una oportunidad de opinar, a la cual tenía derecho.

Repasamos toda esta historia a propósito de llegar al detonante de la próxima consulta dominical. Intentar contener los procesos históricos es un disparate mayúsculo. La historia contemporánea está en deuda con los venezolanos, en cuanto al referendo que debía ser y no fue.

Hay una energía telúrica que hierve en el ambiente por todo el país y que necesita cauce y desahogo. Hay un derecho que clama por ser ejercido. Esto no es una iniciativa de la dirigencia democrática: es una demanda del pueblo, y el liderazgo ha escuchado y ha acatado. Soberanía popular pura y dura.

Pero aún queda más. El encuentro comicial de este fin de semana no ha sido detonado solamente por el mal sabor que dejó el referendo revocatorio presidencial suspendido. Tiene que ver también y prioritariamente, con la irrupción en el escenario de una extraña Asamblea Nacional Constituyente que nadie esperaba.

La propuesta de este instrumento por parte de quienes hoy gobiernan, no es más que un reconocimiento por parte de ellos, de la profunda crisis estructural que estremece a Venezuela.

Es la última carta bajo la manga que se pueden sacar, ante la imposibilidad de contener el descontento masivo. Es la aceptación del fracaso del modelo que ha gobernado a la nación durante casi dos décadas, y que –reconocido por ellos mismos- tiene que reinventarse porque está agotado y no ha dado resultado alguno que valga la pena.

Y debemos ver el vaso medio lleno por la enorme verdad implícita, inocultable, de que esto debe ser cambiado a fondo ante su inutilidad aplastante.

Pero la forma en la cual ellos lo están implementando, es de lejos, la más incorrecta de todas.

Principalmente, porque la convocatoria a esa Asamblea Nacional Constituyente,  así como sus bases, deben ser consultadas también a todos, mediante un referendo, tal y como se hizo en 1999, algo que los expertos llaman “jurisprudencia”; es decir, la manera de proceder en la actualidad queda señalada por cómo se abordaron procesos similares en el pasado.

Este primer referendo, vinculante con un proceso Constituyente, ha sido obviado, con lo cual se le queda debiendo al electorado otro evento comicial más.

De aquí en adelante, siguen las irregularidades. Y no es poco, considerando que el fin de este evento es redactar una nueva Constitución, base fundacional de la República. ¿Y bajo cuáles criterios se va a hacer?

Pues bajo unos particulares y sobrevenidos, que nada tienen que ver con la normativa vigente sobre el tema. Por ejemplo, no estará conformada por partidos políticos - como lo establece la actual Constitución - sino por la "clase obrera, indígenas, comunas, misiones y otros representantes de gremios".

Por si fuera poco, ya esta iniciativa circula con un apellido: “Constituyente Comunal”, lo cual deja claro el propósito sesgado de esta maniobra política.

Todo este panorama, otorga, desde nuestro punto de vista, una profunda legitimidad al encuentro de este domingo. Una cita a la que ningún venezolano debe faltar, porque es la oportunidad de protagonizar el verdadero cambio que todos exigimos.

jueves, 6 de julio de 2017

"Respeto a los poderes"


David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Quizá uno de los más lamentables legados que nos estén dejando estos días a los venezolanos, sea el irrespeto a los poderes constituidos, y más aún si hablamos de poderes legítimamente electos por la ciudadanía.

El más reciente y doloroso episodio que refrenda lo que aquí afirmamos, se dio el pasado 5 de julio con motivo de la conmemoración de los 206 años de la Independencia de nuestro país.

Sin coordinación alguna y haciendo uso de la fuerza, representantes del poder Ejecutivo invadieron el Palacio Federal Legislativo para hacer a su manera, lo que ellos consideraban que debían hacer en la fecha.

Lógicamente, y si nos retrotraemos a las prácticas de los países civilizados, la ocasión es adecuada para que los poderes convivan y se reconozcan bajo la celebración de la fecha patria. Pero sabemos que Venezuela está fracturada, tremendamente fracturada.  Y eso, lamentablemente, no es posible.

Se trata de un episodio muy lamentable, que no deja de ser otro retrato más de cómo no se debe proceder en naciones democráticas, donde es normal que diversos entes del Estado estén en manos  de corrientes políticas diferentes e incluso opuestas, sin que ello implique menoscabo del respeto y de la convivencia.

O más aún, justamente por ello, estas virtudes deben prevalecer, en tanto y en cuanto el hilo de la civilidad es cada vez más delgado en forma proporcionalmente inversa a los desacuerdos entre tendencias políticas opuestas.

El hecho en cuestión es el más reciente de una serie de atropellos al poder Legislativo, el cual no es reconocido desde el Ejecutivo a partir de haber sido ganado en forma avasallante por las fuerzas alternativas democráticas en diciembre de 2015.

Desde entonces, hemos visto cosas como las polémicas sentencias del Tribunal Supremo de Justicia, que tuvieron que ser echadas para atrás por su carencia absoluta de bases; o la toma del parlamento por parte de fuerzas del orden y de grupos civiles afectos al gobierno que atropellaron al presidente de ese poder el pasado 27 de junio, e incluso mantuvieron retenidos contra su voluntad a un grupo de periodistas que eran homenajeados ese día.

Situaciones como las enumeradas, se suman al del nombramiento en paralelo de dos vicefiscales generales de la República, uno por el Legislativo y otro más por el poder Judicial. Esto solamente por recordar otro de los casos más recientes que enfrentan a los poderes públicos nacionales.

Recordemos que la Sala Constitucional designó a Katherine Nayarith Haringhton Padrón como vicefiscal en desconocimiento de la Asamblea Nacional. Esto sucedió apenas un día después de que el Parlamento, controlado, por la oposición, ratificara en ese cargo a Rafael González, designado por la fiscal general, Luisa Ortega Díaz, el 17 de abril pasado.

De acuerdo con el artículo 25, apartado 3, de la Ley Orgánica del Ministerio Público, el Parlamento es el único que puede proceder a elegir al vicefiscal. Este lunes la mayoría de los parlamentarios aprobó a Rafael González para el cargo.

Este nuevo impase que se suma a una lista ya demasiado larga, es una muestra de que la convivencia entre poderes se encuentra atravesando un trance sumamente delicado y que movimientos como los realizados en la mañana del 5 de julio deben ser hechos con el mayor protocolo posible, en tanto y en cuanto los ánimo están por demás revueltos en el país.

El desafío en estas circunstancias no es un buen consejero. El venezolano ha probado sobradamente tener una aguda intuición política y una formación ciudadana sólida, y percibe por tanto cuando se realiza un movimiento indebido de cara al bienestar nacional.

En pleno siglo XXI ya no se trata de quién tiene la fuerza; sino de quién quiere el bienestar nacional y trabaja por el mismo. Cualquier otra agenda debe quedar automáticamente execrada, ante los complejos días que vivimos.

Mil veces lo hemos dicho en este espacio: el país no va a salir del trágico revés que hoy transita si todos no remamos en la misma dirección. Parece que no se comprende que esta confrontación, que hace rato pasó de castaño a oscuro, nos va a hundir a todos, en caso de seguir adelante. Aún a quienes le apuestan a ella como arma política, pensando que así pueden mantener, acrecentar y perpetuar el control.

Somos los primeros que votamos por una convivencia transparente y sana entre poderes, en tanto y en cuanto sabemos que es el pilar fundamental para el progreso de un país. Sin embargo, y con la sinceridad por delante, eso no parece posible en la coyuntura actual.

No solamente la ciudadanía vigila, el mundo también. Volver al cauce de la institucionalidad sería lo más recomendable y lo más ano para todos. Una relación ganar-ganar. ¿Será posible aún?