viernes, 26 de mayo de 2017

“Violencia”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Vivimos unos días en los cuales la violencia parece haberse apoderado del país. Y no es de sorprenderse, porque la escalada de esta amenaza venía creciendo exponencialmente, sin que se atendiera y atajara el asunto, con la debida atención ante el acecho de algo tan grave.

Son públicas, notorias y comunicacionales las imágenes de atropellos a los manifestantes que han dado la vuelta al mundo, y que no conoceríamos si no fuera por las nuevas tecnologías, los celulares de nueva generación, internet y las redes sociales. Todo esto compone un testimonial espeluznante de cómo se ha enraizado este mal en la sociedad venezolana actual.

Desde que hizo su irrupción en la escena política nacional, el movimiento que hoy gobierna, ostentó un lenguaje pendenciero y retaliativo. Desde siempre y hasta el sol de hoy, fueron muchas las voces que se alzaron, advirtiendo que semejante vocabulario no iba a traer bien alguno al país.

Muy por el contrario, se estaba sembrando una matriz tal, que en algún momento derivaría de la palabra a la acción. Y eso es lo que hemos visto con el correr de los años.

Tristemente, el fallecido presidente Hugo Chávez, hizo del verbo duro y cruel el sello de su discurso. No tardaron mucho sus colaboradores y seguidores en imitarlo.

Y por si fuera poco, se ha desatendido totalmente la escalada delictiva en el país, unos números exponenciales que se multiplican con una facilidad alarmante, la cual no es atajada por los responsables de hacerlo.

No es de extrañar entonces, que los venezolanos nos encontremos en este momento aturdidos por la violencia en diversas manifestaciones; pero eso sí, siempre en grandes proporciones, en nuestra cotidianidad.

Por si fuera poco, las increpaciones a funcionarios oficialistas y sus familiares, tanto en Venezuela como en otras naciones, han sido cargadas también de este virulento componente.

El llamado “escrache” tiene su origen en un derecho legítimo, el cual es exigir a los funcionarios cuentas de cómo han manejado nuestros dineros; pero si bien se comenzó por allí, el asunto ha derivado en agresiones y violencia física. Una práctica inaceptable que hay que detener.

Incluso, se ha agredido a gente señalada de ser partidaria de la revolución sin seguridad alguna de esto, con lo cual podemos estar ante el comienzo de una verdadera “cacería de brujas”.

A tan nefasto panorama se unen los linchamientos, en los cuales las comunidades buscan venganza por su propia mano ante crímenes atroces, que lamentablemente no son castigados por la justicia formal.

Y el trasfondo de todo esto, es una profunda desatención a la sociedad venezolana por parte de quienes tienen el deber de guiarla y deberían hacerlo; pero no lo hacen.

Se ha predicado con el peor ejemplo, se ha cargado el escenario de la opinión pública con un tono que nunca debió existir, se ha deformado la educación para convertirla en adoctrinamiento. Se han desatendido los deberes y se ha jugado con fuego.

Ahora, como en el cuento de Frankenstein, el monstruo se vuelve contra su creador. No nos alegra, muy por el contrario. Estamos ante los síntomas de un gravísimo asunto social que debe ser atendido con urgencia, y que va a requerir del concurso de todos los ciudadanos, incluidos quienes contribuyeron a crear esta deformación, esperando sacar un capital político de ello.

Más de una vez se ha intentado un diálogo. A veces, propiciado desde las fuerzas alternativas democráticas; ocasiones en las cuales se ha estrellado invariablemente contra un muro insalvable. Otras tantas, desde el gobierno, ocasiones en las cuales algunos señalan que se trata apenas de una maniobra para ganar tiempo en situaciones adversas.

Tocará el día cuando haya que sentarse, todos juntos, a recomponer los pedazos de lo que ha dejado esta etapa. Etapa en la cual, por cierto, también ha quedado a la vista una conmovedora humanidad, que no ha podido ser borrada en estas casi dos décadas.

Las manos tendidas a los heridos, a los perseguidos, los funcionarios encargados de contener las protestas ciudadanas que han demostrado aunque se aun mínimo de vínculo con los manifestantes, los llamados de solidaridad y colaboración entre familiares, amigos, vecinos, nos demuestran que, bajo este mal momento, sobrevive el tejido de la venezolanidad, intacto.

Y eso tiene que ver con el hecho de que esta violencia es impostada, no nos pertenece. Se trata de un espejismo, de un mal sueño. Despertaremos un buen día y dejaremos esto atrás; aunque no olvidaremos, porque hay que recordarla para no repetirla. Quedará para los libros de historia, mientras hurgamos en nuestra esencia para volver a conectar con todo lo bueno que tiene nuestro gentilicio y que ha sido embargado por una circunstancia transitoria.

viernes, 19 de mayo de 2017

“Resistir”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

El escenario político, social y económico de Venezuela se enrarece por minutos, a niveles nunca antes imaginados. La falta de entendimiento entre quienes ostentan el poder y el resto de la sociedad, ha sellado en las últimas semanas una ruptura de graves proporciones en el contrato social.

El origen de esta nueva espiral de deterioro en nuestra convivencia como nación, tiene sin duda que ver con el intento del Tribunal Supremo de Justicia por intervenir las funciones de otro poder, el Legislativo, el más legítimo de los poderes públicos al momento actual, tras haber sido renovado en elecciones el pasado 6 de diciembre de 2015.

La cultura política de los venezolanos es enorme como consecuencia de lo que hemos vivido en estos años. Quizá es algo que el oficialismo no midió; pero la gravedad de ese intento de colonizar un poder independiente, encendió la ira nacional y las manifestaciones no se han detenido desde entonces.

Las fachadas de los eufemísticos diálogos que nos ocupaban hasta hace poco, se cayeron sin mayor esfuerzo, para dar paso a una represión pura y dura, que ya es conocida del mundo entero gracias a las fotografías y videos de los celulares, difundidas a través de las redes sociales.

Con torpeza de elefante en cristalería, el gobierno intenta apagar el fuego con gasolina. Con demostraciones de poder y fuerza bruta, que logran amedrentar, no están haciendo otra cosa que generar una escalada en la ira popular.

Y por si fuera poco, el fallido intento de someter a la Asamblea Nacional, ha sido sustituido por otro disparate de proporciones aún mayores, como lo es el intento de imponer una Asamblea Nacional Constituyente hecha a la medida para permanecer en el poder y sortear la crisis actual.

Disparate que, por supuesto, está muy lejos de aportar a la solución del descontento popular que hierve hoy en cada localidad de Venezuela.

Ante la sordera del poder, ante su insistencia en hacerse trajes a la medida para mandar como mejor le parezca, ante la arremetida desproporcionada contra las demostraciones ciudadanas, ¿qué nos queda? Resistir.

¿Qué entendemos por resistir? Primero que nada, no renunciar a nuestras certezas ni a nuestras convicciones. Por más amenazas, por más cerco, por más que se nos quiera encerrar en la desesperanza.

En segundo lugar, seguir adelante con la construcción del país que creemos posible, viable, y que nos merecemos. No podemos asumir como natural un modelo de país donde la escasez de bienes y de valores nos lleva a vivir una vida a medias, una vida amputada de derechos irrenunciables.

El incremento de la fuerza bruta para tratar de apagar la voluntad de cambio nacional, no es síntoma de otra cosa que no sea la falta de razón, lo cual se al otorga automáticamente a quienes están empujando un cambio con su grito en la calle, ya que les han sido cerradas sistemáticamente otras alternativas de expresión, como el referendo revocatorio y las elecciones regionales. 

Y el venezolano resiste. No solamente continúa alzando su voz, sino que encuentra formas cada vez más creativas y efectivas de hacerlo, formas que hace eco y derrumban los muros del silencio que se construyen con soberbia y terquedad.

Aunque la ciudadanía está más clara que nunca al respecto, nunca está de más recordar que, ante la irracionalidad del poder, tenemos el derecho de sostenernos en nuestros principios inalienables de compromiso con la libertad, la justicia, la paz y tantos otros valores que se pretende confiscar al venezolano en este momento.

El que se pretenda uniformar el pensamiento de la gente, sus creencias, es razón de sobra para plantarse en la acera contraria de un propósito que desdice de la razón de ser de la humanidad.

¿Cómo se traducirá esto en los días por venir en Venezuela? Lamentablemente, no nos vienen momentos fáciles, gracias a la intransigencia de quienes acaparan el poder.

Pero de este lado, nos negamos a flaquear en nuestras certezas, seguimos firmes en el reclamo de nuestros derechos y, como dijera Mahatma Ghandi, “abrazamos la verdad”.

Una nueva Venezuela se empuja de abajo hacia arriba con indetenible fuerza, con perseverancia por encima de cualquier obstáculo y dispuesta a no renunciar a sus objetivos de dejar en el pasado este mal momento de la historia.

Quienes tenemos la certeza estar haciendo lo correcto, no vamos a ceder en nuestra posición, ahora menos que nunca, mientras esperamos el momento en el cual el desgaste por las reiteradas equivocaciones cometidas, pongan punto final a un experimento político que jamás debió suceder, debido a los elevados índices de dolor y sufrimiento que ha traído a nuestra gente.

Ahora más que nunca, seguimos adelante con nuestras certezas.

viernes, 12 de mayo de 2017

¿Constituyente comunal?

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

En una sociedad ampliamente fracturada y descompuesta como la venezolana, cualquier evento que cite a los ciudadanos en comicios contribuye a bajar la tensión y a buscar soluciones.

Por ello, es enorme la mayoría que ha alzado la voz ante la confiscación del referendo revocatorio presidencial que nos tocaba; así como frente a la reiterada postergación de las elecciones regionales.

Evidentemente, este par de maniobras han sido adelantadas por el gobierno ante la certeza de que no hay manera humana de que los resultados les sean favorables.

Por ello, llama de entrada y enormemente la atención el hecho de que sean ellos mismos quienes pongan ahora en la mesa, una Constituyente.

Entre las discusiones que ocupan a diversos sectores de las fuerzas democráticas, la Constituyente ha sido un tema presente desde hace años, de cara al profundo daño que se le ha hecho al país en estas dos décadas.

Es el oficialismo el que siempre ha estado negado a esta opción, anclado en lo que han llamado “la mejor Constitución del mundo”. A la cual, por cierto, han intentado hacerle diversas enmiendas y reformas, básicamente dirigidas a perpetuarse en el poder.

Por eso sorprende que la iniciativa parta ahora desde el poder. Nunca pierden las capacidades de sorprendernos. La mejor Constitución del mundo, ya no sirve. Así de daño se le habrá hecho a Venezuela.

Pero por supuesto, hay que ver el anverso y el reverso. Y no hace falta meterle mucha lupa para descubrir que, una vez más, quieren hacer las cosas a su manera.

La tolda roja se ha inventado esta vez una particularísima Constituyente a su medida, que de manera descarada ignora los procedimientos para adelantar este procedimiento, por demás legal siempre y cuando sea apegado a los supuestos que lo conforman. Lo cual – vaya sorpresa- no es el caso.

La Constitución de 1999 nació de un proceso que se inició con un referendo en el cual los votantes convocaron el proceso constituyente, luego se fue a elecciones de constituyentistas que redactaran el nuevo texto y, finalmente fue aprobado en otro referendo.

En aquel momento, la elevada popularidad del presidente Hugo Chávez logró que una amplia mayoría de los redactores de la Constitución le fueran afines, lo cual aunado a algunas triquiñuelas matemáticas –el “KinoMerentes” le garantizó que los constituyentistas prácticamente se dedicaran a tomar dictado de sus deseos.

De hecho, no tuvo empacho en presentar una Constitución propia, que dijo haber redactado él mismo y que dejó en manos de los asambleístas como una propuesta. Propuesta que, sabíamos, era una orden.

Sin embargo, detalles más, detalles menos, se cumplió con un proceso que revistió legitimidad, al menos en las formas.

No es el caso actual.

Para comenzar, no se debe perder de vista que la autodenominada revolución está lanzando esta propuesta en el momento de más baja popularidad de su historia.

Por ello, no se debe obviar un detalle que invalida del todo esta idea: se pretende eliminar la elección universal, directa y secreta.

Se piensa convocar a un cuerpo afín al gobierno para que redacte el nuevo texto, con una suerte de delegados o intermediarios que elijan a estos redactores y que por supuesto, sean afines a la ideología roja-rojita. Y evidentemente, los referendos para convocar el proceso constituyente y aprobar la nueva Carta Magna, brillan por su ausencia.

Por otro lado, se empastela aún más el asunto, al decir que esta Constituyente no es para redactar una nueva Constitución, sino para “reforzar” la actual. Constituyente es para Constitución nueva, no para borronear la existente; no hay vuelta de hoja.

Desde esta esquina, pensamos que debemos recoger el guante del gobierno e ir a Constituyente, siempre y cuando se cumplan todos los supuestos legales para su convocatoria. Es inaceptable que ningún gobierno fije los parámetros para este proceso.

A estas alturas de la historia de Venezuela, el desquiciado proyecto político que han pretendido imponernos, está comprobadamente fracasado. Llevan las de perder, y menos que nunca tienen autoridad para imponer los parámetros que pretendan sacarnos de la crisis que ellos mismos crearon.

Una Constituyente real, en los marcos legales, es una solución a la más trágica crisis que haya padecido Venezuela en su historia. La refundación de una República consumida hasta sus cimientos por una nefasta administración, es hoy más necesaria que nunca.

Pero no serán quienes cargan con la culpa de semejante tragedia quienes pongan las reglas. No serán quienes llevan las de perder los que manejen el proceso. Será la ciudadanía, desde su sentir actual, quien dé el visto bueno a cada fase de este camino a recorrer. ¿Se atreverán quienes gobiernan hoy a pasar por esta prueba de fuego?

viernes, 5 de mayo de 2017

OEA: ¿nos vamos o nos quedamos?

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

En esta suerte de ciclón interno y externo que vive el actual gobierno nacional, están sucediendo demasiadas cosas a la vez. Y por ello, una noticia solapa a la otra y todas van quedando en el olvido, superadas por las inmediatamente posteriores.

Pero para nosotros, quizá la mayor expresión de desatino haya sido el intempestivo -pero fallido- intento de abandonar la Organización de Estados Americanos, sucedido días atrás. Y no se puede perder de vista.

Ante los ojos del mundo, queda muy mal el intentar darle una patada al tablero justamente cuando se está perdiendo el juego.

El gobierno de Venezuela lanzó a los cuatro vientos su insólita voluntad de apartarse de la OEA tras darse cuenta de que en la mayoría de países del organismo hay una determinación a presionar al presidente, Nicolás Maduro, para que cumpla el calendario electoral y respete los Derechos Humanos.

Los medios internacionales han dedicado generoso centimetraje al impase. La retirada de Venezuela "muestra hasta qué punto el proceso de debate y condena de la OEA ha sido relevante para el gobierno venezolano, aunque este niegue que le importa", indicó a la agencia internacional de noticias Efe Cynthia Arnson, directora del programa latinoamericano del Centro de Estudios Wilson Center. "Su retirada -agregó- también ahonda en el aislamiento de Venezuela en el hemisferio, hasta un punto sin precedentes en la historia reciente".

Toda esta situación ha evidenciado también ante los ojos del mundo, que el chavismo ha perdido la hegemonía política que tuvo durante años en la región y, por ende, en la OEA; y ya no puede evitar la presión del organismo.

Pero además, la cosa se hincha porque salirse no es así de fácil. Entre otras cosas, debido a que el Gobierno de Venezuela debe a la Organización un monto total de 10,5 millones de dólares por concepto de cuotas; sobre las cuales, por cierto, manifestó su intención de no pagar.

Esta “sorpresa” demuestra el desconocimiento de quienes manejan las relaciones internacionales de nuestra nación, respecto al funcionamiento de los organismos internacionales. Abandonar un ente de esta categoría tiene consecuencias. Y por supuesto, no es nada fácil.

Entre otras cosas, porque esta deserción debe ser aprobada por el poder Legislativo del país, y eso por supuesto no sucederá en el caso venezolano. Este tipo de detalles funciona sin duda a manera de blindaje, ya que cuenta con el equilibrio y la independencia de los poderes. La cosa es que, en nuestro país, el parlamento ha pagado su falta de sumisión convirtiéndose en objeto de una andanada de agresiones que serían imposibles en una democracia.

También hay que apuntar que el desprendimiento de la OEA tomaría un lapso prudencial, de unos dos años, para ser efectivo. Con la velocidad que está precipitando los acontecimientos, tendremos un país muy distinto mucho antes de eso.

¿Qué gana Venezuela al intentar escapar del ente hemisférico? Primero que nada, impunidad. O al menos eso creen quienes manejan la diplomacia del país como si fuera un carrito chocón. Que, ante la cierta amenaza de la Carta Democrática Interamericana, el único blindaje es salirse de la organización. Seguimos, pues, coleccionando errores.

Se dice con insistencia que este tipo de entidades supranacionales no sirven de mucho. Razón no falta, pero sí tiene un rol en crisis como la nuestra. Y si no, no se explicaría la huida hacia delante del oficialismo. Por ello también trató de hacerse con colectividades de países más de su talla, como la complaciente Unasur, hecha a la medida de la chequera petrolera que hoy se secó.

O, por mencionar otro caso, Mercosur, donde una coyuntura de gobiernos aliados a la autodenominada revolución, hizo pensar en una complicidad perenne. Pero las idas y venidas del destino han reconfigurado el mapa de poder de esa organización; lo cual, aunado a la colección de desatinos de la administración venezolana, ha colocado a nuestro país a las puertas de la suspensión. Ya no hay cómplices allí y el poder que administra a Venezuela no está cumpliendo con los supuestos más elementales del ente regional.

Para nosotros, esta vergonzosa rabieta, no es otra cosa que la materialización de aquel viejo adagio de los abogados que reza “A confesión de parte”, relevo de prueba. Una acción intempestiva y sin base, destinada a romper con una institución que estorba sus ejecutorias y planes, nos confirma que, todas las acusaciones contra la administración actual, tienen base.

En resumen, salirse de la OEA no es tan fácil como “me levanto y me voy”. Toma tiempo, tiene un precio y necesita un consenso de poderes que no existe. Sin contar con las consecuencias legales y políticas de la acción. ¿Se ha pensado con sensatez desde quienes deciden? Sabemos que no.