David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Vivimos unos días en los cuales la violencia parece haberse
apoderado del país. Y no es de sorprenderse, porque la escalada de esta amenaza
venía creciendo exponencialmente, sin que se atendiera y atajara el asunto, con
la debida atención ante el acecho de algo tan grave.
Son públicas, notorias y comunicacionales las imágenes de
atropellos a los manifestantes que han dado la vuelta al mundo, y que no
conoceríamos si no fuera por las nuevas tecnologías, los celulares de nueva
generación, internet y las redes sociales. Todo esto compone un testimonial
espeluznante de cómo se ha enraizado este mal en la sociedad venezolana actual.
Desde que hizo su irrupción en la escena política nacional,
el movimiento que hoy gobierna, ostentó un lenguaje pendenciero y retaliativo.
Desde siempre y hasta el sol de hoy, fueron muchas las voces que se alzaron,
advirtiendo que semejante vocabulario no iba a traer bien alguno al país.
Muy por el contrario, se estaba sembrando una matriz tal,
que en algún momento derivaría de la palabra a la acción. Y eso es lo que hemos
visto con el correr de los años.
Tristemente, el fallecido presidente Hugo Chávez, hizo del
verbo duro y cruel el sello de su discurso. No tardaron mucho sus colaboradores
y seguidores en imitarlo.
Y por si fuera poco, se ha desatendido totalmente la
escalada delictiva en el país, unos números exponenciales que se multiplican
con una facilidad alarmante, la cual no es atajada por los responsables de
hacerlo.
No es de extrañar entonces, que los venezolanos nos
encontremos en este momento aturdidos por la violencia en diversas
manifestaciones; pero eso sí, siempre en grandes proporciones, en nuestra
cotidianidad.
Por si fuera poco, las increpaciones a funcionarios
oficialistas y sus familiares, tanto en Venezuela como en otras naciones, han
sido cargadas también de este virulento componente.
El llamado “escrache” tiene su origen en un derecho
legítimo, el cual es exigir a los funcionarios cuentas de cómo han manejado
nuestros dineros; pero si bien se comenzó por allí, el asunto ha derivado en
agresiones y violencia física. Una práctica inaceptable que hay que detener.
Incluso, se ha agredido a gente señalada de ser partidaria
de la revolución sin seguridad alguna de esto, con lo cual podemos estar ante
el comienzo de una verdadera “cacería de brujas”.
A tan nefasto panorama se unen los linchamientos, en los
cuales las comunidades buscan venganza por su propia mano ante crímenes
atroces, que lamentablemente no son castigados por la justicia formal.
Y el trasfondo de todo esto, es una profunda desatención a
la sociedad venezolana por parte de quienes tienen el deber de guiarla y
deberían hacerlo; pero no lo hacen.
Se ha predicado con el peor ejemplo, se ha cargado el
escenario de la opinión pública con un tono que nunca debió existir, se ha
deformado la educación para convertirla en adoctrinamiento. Se han desatendido
los deberes y se ha jugado con fuego.
Ahora, como en el cuento de Frankenstein, el monstruo se
vuelve contra su creador. No nos alegra, muy por el contrario. Estamos ante los
síntomas de un gravísimo asunto social que debe ser atendido con urgencia, y
que va a requerir del concurso de todos los ciudadanos, incluidos quienes
contribuyeron a crear esta deformación, esperando sacar un capital político de
ello.
Más de una vez se ha intentado un diálogo. A veces,
propiciado desde las fuerzas alternativas democráticas; ocasiones en las cuales
se ha estrellado invariablemente contra un muro insalvable. Otras tantas, desde
el gobierno, ocasiones en las cuales algunos señalan que se trata apenas de una
maniobra para ganar tiempo en situaciones adversas.
Tocará el día cuando haya que sentarse, todos juntos, a
recomponer los pedazos de lo que ha dejado esta etapa. Etapa en la cual, por
cierto, también ha quedado a la vista una conmovedora humanidad, que no ha
podido ser borrada en estas casi dos décadas.
Las manos tendidas a los heridos, a los perseguidos, los
funcionarios encargados de contener las protestas ciudadanas que han demostrado
aunque se aun mínimo de vínculo con los manifestantes, los llamados de
solidaridad y colaboración entre familiares, amigos, vecinos, nos demuestran
que, bajo este mal momento, sobrevive el tejido de la venezolanidad, intacto.
Y eso tiene que ver con el hecho de que esta violencia es
impostada, no nos pertenece. Se trata de un espejismo, de un mal sueño.
Despertaremos un buen día y dejaremos esto atrás; aunque no olvidaremos, porque
hay que recordarla para no repetirla. Quedará para los libros de historia,
mientras hurgamos en nuestra esencia para volver a conectar con todo lo bueno
que tiene nuestro gentilicio y que ha sido embargado por una circunstancia
transitoria.