David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Tras la imposición por parte del
Tribunal Supremo de Justicia del Decreto de Emergencia Económica que el
Ejecutivo aspiraba fuera aprobado por la Asamblea Nacional, se ha inaugurado
una nueva retórica en el discurso oficialista, que recurre a la metáfora de los
motores.
Recordemos que esto no es nuevo,
ya que en el tercer gobierno del fallecido presidente Hugo Chávez, se habló de
los “cinco motores de la revolución”.
En aquella oportunidad, se venía
de un triunfo en las urnas electorales en diciembre de 2006, y la
sobreabundancia de ingresos por los elevados precios del petróleo, permitía
crear una ilusión, una euforia, en medio de la cual se podía aplaudir cualquier
metáfora y no muchos se atrevían a avizorar que el manirrotismo frenético y la
mala administración pasarían factura al país algún día.
Hoy el escenario es el
radicalmente opuesto. El carismático líder del proyecto revolucionario ya no
está, el petróleo ha descendido prácticamente al precio de costo de producción
y el bote hace agua por todas partes. Todo ha sucedido a la vez, años y años de
políticas erradas pasan facturas.
Debe ser por eso que hay más
motores. En esta oportunidad se les habla a los venezolanos de catorce.
La
desesperación oficialista casi los triplicó, quizá porque piensan que si la
retórica se adereza con hipérbole, puede ser calar mejor en el pueblo.
Los nombres que se han puesto a
los hipotéticos motores inducen al desconsuelo; porque dan cuenta de que
quienes hoy administran los bienes -y los males- de los venezolanos no tienen
ni idea de lo que están haciendo.
Por ejemplo, se habla de un
“motor” que estaría destinado a crear nuevas exportaciones para generar
divisas. Es una propuesta cínica, por decir lo menos, cuando al productor
particular venezolano se le ha acorralado por más de 10 años, con un control
cambiario que no tiene fines económicos sino políticos, tal como lo confesara
una vez el hoy vicepresidente de la República, Aristóbulo Istúriz.
La empresa privada enfrenta
actualmente la caída dramática de su capacidad de producción, ante la no
entrega de divisas y la alegre agricultura de puerto que se generó con el
fabuloso ingreso de petrodólares, que permitía comprar todo afuera y venderlo a
precios inferiores al costo de producción en Venezuela.
Ahora, cuando estamos a punto de
que el petróleo se venda por debajo de su costo de producción, nos damos cuente
de que hay que generar divisas. Tarde piaron. Suponiendo que fuera buena la
intención de proclamar a los cuatro vientos el deseo de generar nuevas exportaciones,
eso lleva tiempo y dinero en el estado actual de las cosas. No disponemos ni de
uno ni de otro.
Otro “motor” nos sorprende con el
nombre de “Economía comunal, social y socialista”. Volvemos otra vez al
problema de los apellidos. El problema, sí, es la economía. “La economía,
estúpido”, gritó alguna vez Bill Clinton, el ex presidente de Estados Unidos, en medio de una campaña
presidencial. Ahora, que esa economía sea comunal, social, y socialista… ¿Con
qué se come eso?
Porque volviendo a la colección
de frases célebres de políticos del mundo, el célebre socialista chino Den
Xiaoping dijo alguna vez: “No importa el color del gato, lo importante es que
cace ratones”.
Es decir, hasta un gato rojo
aplaudiríamos, si hiciera bien su trabajo. Pero apellidar con coletillas
ideológicas trasnochadas a la economía, nos dice que estamos muy lejos de tomar
el rumbo que pueda permitir realmente nuestra recuperación.
Este nuevo desliz, entre tantos
que hemos visto en estos días, es pariente directo del ministerio de “Economía
Productiva”, cuyo primer encargado duró un tiempo brevísimo en el cual demostró
no tener idea de por dónde empezar, más allá de traer una colección de
prejuicios que pueden sonar muy bien en algunas aulas de clase; pero que ruedan
aparatosamente por el suelo apenas se intentan llevar a la práctica en una
economía real. Por supuesto, toda economía debe ser productiva. En caso
contrario, no es economía.
Habrá que ver cuánta
responsabilidad tienen aquellos motores primigenios de hace una década en lo
que hoy padecemos. Desde hace mucho tiempo se nos lanzó por el rumbo
equivocado; pero la sobreabundancia de recursos petroleros servía para echar
tierra sobre los errores. Hoy ese artilugio ya no existe y nos encaramos sin
anestesia a la realidad más dura de la historia de Venezuela.
En resumen, el tiempo de adornar
políticas erradas con palabras bonitas, pasó hace rato. Hoy sí es verdad que el
emperador está desnudo ante las penurias que padece la gente día a día en la
calle.
Con motores no se solucionan las
cosas, por muchos que sean. Recordemos las potentes máquinas que llevaron al
Titanic a toda velocidad a su encuentro fatal con el iceberg que lo hundió.