jueves, 26 de enero de 2017

“Otro 23 de enero”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Ante la reciente conmemoración de un nuevo aniversario del 23 de enero de 1958, nos quedó la inquietud porque mucha gente de las generaciones más recientes, desconoce el significado de esta fecha histórica.

Y lo que es incluso más preocupante, otros tantos no parecieron entender el gesto que la sociedad democrática actual tuvo ese día, al exigir su derecho al sufragio, al amparo de ese recuerdo.

Aquel día partió del país el general Marcos Evangelista Pérez Jiménez, dejando atrás un gobierno de corte dictatorial, que pasó por encima de varios procesos electorales para perpetuarse.

Pérez Jiménez accedió al poder por primera vez el 18 de octubre de 1945, con el grado de coronel, cuando fue uno de los artífices del golpe de Estado contra el presidente Isaías Medina Angarita. Prometían barrer con los residuos del gomecismo; pero sin duda la manera estuvo lejos de ser la mejor para la salud democrática del país, como posteriormente lo demostrarían los hechos hasta el sol de hoy.

Tiempo después, también es uno de los cabecillas de la conspiración contra el novelista Rómulo Gallegos, primer venezolano electo en comicios universales en aquel endeble intento fallido de comenzar a transitar las vías democráticas.

Gobernó en triunvirato con su asesinado compañero de aventura Carlos Delgado Chalbaud; para luego quedar él solo al mando del país, tras escamotear los resultados de las elecciones constituyentes de 1952.

En 1957, ante el trance de verse frente a unas elecciones donde no las tendría todas consigo, sus asesores le recomiendan cambiarlas por un plebiscito que invite a la gente a votar si desean que siga en el poder o no. Las pierde, ignora los resultados y lanza al país a una crisis que, poco más de un mes después finalizaría con su partida.

De aquel episodio, quedaron valiosas lecciones para los venezolanos, lecciones que no podemos dejar de revivir y menos aún en momentos como el actual.

Nadie debe perpetuarse en el poder, bajo ningún argumento. No necesitamos hombres providenciales al frente del país, sino demócratas. Los derechos ciudadanos son irrenunciables y ello incluye, muy especialmente, el derecho al voto.

Es por ello que las fuerzas políticas agrupadas en la Mesa de la Unidad Democrática y que hoy representan a la inmensa mayoría de los venezolanos en la Asamblea Nacional, tuvieron el acertado gesto de exigir ante el Consejo Nacional Electoral las citas comiciales que se nos están debiendo.

Quizá a la luz del breve relato histórico que acabamos de exponer, podamos entender que no había mejor fecha para hacerlo, y que tal exigencia está íntimamente emparentada con aquellos sucesos que nos marcaron como nación.

Hoy se pretende diluir el inalienable derecho a elegir de los venezolanos en el maremágnum de dificultades que padecemos, por cierto generadas todas por una administración que ha llevado al país a la más aguda crisis de su historia.

Ignorar que cualquier salida pasa por un encuentro comicial es sencillamente irresponsable y agregar presión sin válvula de escape a un ciudadano extenuado, que sigue perdiendo numerosas vidas todos los días, como consecuencia de una terca negativa a rectificar.

El perezjimenismo dividió al país, ya que sus defensores alegaban su enorme obra material como argumento para su continuidad. Pero es que no se puede aceptar chantaje alguno ante el inquebrantable principio de la alternabilidad democrática, y menos aún podemos los venezolanos comprar a mesías, caudillos o predestinados.

Igual que hoy, en aquel momento nuestra nación pareció fracturada en dos; pero también entonces como ahora, la confiscación de la voluntad ciudadana sumó partidarios entre quienes adversaban al gobierno, ante la manifiesta obviedad de la injusticia.

Hay quien dice también que el espíritu del 23 de enero se ha perdido, y esta frase corresponde a muchos que afortunadamente sí lo recuerdan o al menos le dan el justo peso y valor en nuestra historia.

A ellos hay que responderles que este espíritu está muy lejos de perderse, que evolucionó y se transformó. Que hay una juventud que está haciendo lo que le corresponde, aunque no haya vivido la legendaria fecha.

El espíritu democrático no se ha rendido. Hay hoy una conciencia enorme de lo que sucede, de que debe cambiar y de que la ruta es la comicial. Todo ello es una orgullosa herencia del año 1958, cuando la venezolanidad despertó a su propio poder en una mañana fría de enero.

Como los venezolanos de aquella generación construyeron su épica, nosotros estamos transitando la nuestra. No sabremos su desenlace hasta que ocurra. Pero, así sea de forma inconsciente, hay un mandato que nos une con la exigencia de derechos que heredamos de entonces.

viernes, 20 de enero de 2017

“Desmemoria”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Se dice que los venezolanos padecemos de mala memoria. Es una afirmación generalizada y facilista, que puede abrir una compleja y necesaria discusión. Desde nuestro punto de vista, la enorme cantidad de acontecimientos desde que se inició -hace casi dos décadas- la autodenominada revolución, desbordaría hasta a la más afinada de las memorias.

Sin embargo, hay quienes sí aplican adrede eso que se llama la “memoria selectiva”. Recuerdan solamente lo que les conviene y olvidan lo que les estorba. Este es el caso de lo que sucedió en la reciente Memoria y Cuenta del primer mandatario nacional.

Y antes de entrar en la materia, hay que pasar la vista sobre ciertas particularidades. La primera de ellas es que, obviamente, la mencionada alocución no se presentó ante la Asamblea Nacional, la cual es no solamente su escenario natural, sino obligado por la ley.

Sin embargo, se alegó el insólito, aunque ya manoseado argumento de que el parlamento se encuentra en desacato. Lejos está el Ejecutivo de tener intención alguna de diálogo y de conciliación, lo cual es el deber ser de cualquier gobernante que desee la tranquilidad y el bienestar de su patria.

Lo dicho anteriormente se agrava si, como bien sabemos, el legislativo es el poder que ha ido a urnas comiciales más recientemente y por tanto, representa más certeramente el sentir popular. En su variopinta composición se retrata la diversidad del país; pero hay algo que el oficialismo no traga. Nos referimos al hecho de que la representación parlamentaria sea mayoritariamente adversa a quienes hoy mandan. Sin embargo, esa es la realidad y no aceptarlo, descubre un muy escaso espíritu democrático.

Lo segundo a resaltar, es que, como es habitual, la extensión del discurso fue extremadamente larga, superando las cuatro horas. La ineficiencia en comunicar contenidos concretos por parte de voceros del gobierno, convirtiendo cualquier alocución en un maratónico espacio televisivo, también puede denotar una falta de memoria que se intenta suplir con un discurso prefabricado que no aporta nada útil, y mucho menos respuestas o soluciones.

Sin más que agregar, entremos en la desmemoria. Una de las más resaltantes afirmaciones del mandatario fue su supuesta inclinación al diálogo. Sin embargo, el solo hecho de descalificar de palabra y acción al legislativo nos da cuenta de que la conexión entre palabras y acciones es sencillamente nula.

Luego, la memoria selectiva eligió seguir atacando al ya saliente presidente de Estados Unidos, Barack Obama, prorrogar la vigencia del polémico billete de cien bolívares, nuevo decreto de emergencia económica, nuevas alusiones al a guerra económica, nuevas promesas de intentar presionar al alza el precio del petróleo, unidas a una justificación del caos económico nacional basada en el desplome de los ingreso por petróleo.

Esto último, realmente merece detenernos. Porque hay que subrayar que es una irresponsabilidad mayúscula por parte de un sistema de gobierno que ha tenido todo el poder, todos los poderes durante dieciocho largos años, el haber dilapidado los mayores ingresos petroleros de nuestra historia. El no haber ahorrado, el no haber invertido. Y sobre todo, haber continuado adelante con la ruleta rusa de la monoproducción y la monoexportación, la misma que nos enseñaron en primaria y que, lejos de solucionarse, se profundiza más que nunca.

A la desmemoria tampoco le conviene tener presente que los años de más bonanza fueron justamente los de más endeudamiento, cuando se justifican parte de nuestros pesares actuales con el pago de 60 mil millones de dólares por concepto de deuda externa en los últimos dos años. Tampoco se recuerda que los intereses cobrados a nuestro país son leoninos, es verdad, pero eso se debe al enorme riesgo país generado por una del las administraciones más erráticas del planeta.

No podían faltar los pañitos calientes. Medidas superficiales que no solucionan nada, mientras el mar de fondo generado por decisiones erradas no se corrija. Aumentos salariales que son engullidos por la inflación en horas, beneficios sociales cosméticos que ni de lejos alcanzan a aliviar los padecimientos de los venezolanos, nuevos esquemas cambiarios que serán barridos más pronto que tarde por la implacable realidad de la economía.

La Memoria y Cuenta fue pues y una vez más, un saludo a la bandera. Parte de una puesta en escena que intenta hacer ver que se gobierna, que se trabaja. Y no decimos que no se haga, pero sí afirmamos, con los resultados por delante, que se hace en la dirección equivocada y que se insiste en ello a pesar de los nefastos resultados.

¿Terquedad, ceguera? ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué nos precipitamos velozmente por una pendiente que parece no tener fin? ¿Por qué el Ejecutivo se crea una realidad que se acomoda a su delirio? Una desmemoria para no olvidar.

jueves, 12 de enero de 2017

“Irresponsabilidad política”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

La reciente decisión de la Asamblea Nacional de declarar la responsabilidad política con posible abandono del cargo por parte del actual presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, no ha dejado de ser sorpresiva e inesperada.

Después de tener exactamente un año de actuaciones, el cuerpo de diputados elegido en diciembre de 2015, sorprendió con esta acción a principios de un nuevo año; a pesar de haber sido acosado y arrinconado en numerosas oportunidades durante su desempeño por parte de otros poderes.

Los parlamentarios de la alternativa democrática venezolana decidieron pues, esta ruta como una de las posibles vías hacia una salida al caos institucional que devora a Venezuela. Son nuestros representantes, están haciendo un trabajo tan duro como delicado y nos corresponde apoyarlos y confiar: especialmente en tanto y en cuanto su legitimidad parte de nuestro voto.

Sin embargo, hay quienes cuestionan -y hay que escucharlos- que esta figura quizá no sea la más acertada. A ellos nos vamos a dirigir hoy. Y por supuesto, hablamos de quienes lo hacen desde nuestra acera, de quienes entienden la urgencia de ubicar e implementar una solución al despeñadero por el cual se precipita nuestro país, a una velocidad cada vez mayor. Y con el mayor de los respetos, no nos dirigimos a quienes defienden a priori al Primer Magistrado, porque esa es una incondicionalidad perniciosa y dañina para cualquier democracia; y porque es una discusión perdida el intentar razonar con quien tiene una posición tomada a priori y se niega a modificarla bajo ningún argumento.

Volviendo a quienes cuestionan esta figura buscando aportar a la discusión constructiva, les escuchamos decir que, lejos de abandonar el cargo, el mandatario luce hoy más atornillado que nunca. Que está allí, tomando decisiones a diestra y siniestra. Desacertadas, arbitrarias y nocivas, pero decisiones al fin. Y si algo se puede decir, es que su presencia se siente. Con el tino de un elefante en una cristalería; pero allí está.

A ellos, les queremos argumentar que abandono del cargo no es simplemente desaparecerse, o una ausencia física. Abandono del cargo es estar pero no accionar. Es, mucho más allá, estar y accionar pero hacerlo desacertadamente, a contrapelo del bienestar, de los intereses del país. En fin, se acuerda en la AN la responsabilidad política por tomar decisiones que enrarecen aún más el complicado ambiente nacional. Por fallar a quienes le otorgaron el mandato, no velar por sus necesidades, comprometerse con intereses ajenos e incluso contrarios al bienestar ciudadano.

Debemos recalcar, en este orden de ideas, que justamente el acuerdo de nuestros parlamentarios justifica la decisión tomada en el ¨incumplimiento de sus funciones constitucionales¨.

¿Cuáles son las mencionadas funciones que se incumplen? Lo que está a la vista no necesita anteojos. La economía nacional se precipita en barrena, no se puede garantizar el sustento a los venezolanos, como tampoco la salud ni la educación; ni mucho menos una vivienda digna.

Más allá: no se les puede garantizar la vida, y lo decimos de cara a la pavorosa inseguridad que todos hemos padecido en las calles e incluso en nuestras viviendas.

A ojos vista están los hechos que reafirman que ocupar una silla no implica estar haciendo lo que se debe hacer. Y esto acarrea una responsabilidad. El Presidente de la República es un funcionario, y como tal, sus actuaciones deben ser evaluadas, y en caso necesario, censuradas. Es un derecho.

Las acciones erradas de quien hoy ocupa ese cargo, acarrean una responsabilidad política, ya que, lejos de encaminarnos hacia las soluciones a tantos padecimientos, los ha profundizado hasta lo indecible.

La otra pregunta que se hacen quienes siguen con inquietud los acontecimientos es: ¿tendrá efectividad la decisión tomada? La respuesta sensata, seria y responsable es que no lo sabemos.

Sí, empezamos hablando del acoso al cual ha sido sometido el Poder Legislativo por parte de los demás poderes, y esto es una realidad lapidaria.

Desde el Poder Judicial se ha declarado a la Asamblea en desacato, se han removido diputados y se vocifera que el Legislativo no tiene facultad alguna para destituir al Presidente; cosa por cierto bastante discutible.

Ciertamente, hemos llegado a un inevitable enfrentamiento. Pero sin embargo, también es real que, como lo han dicho algunos de nuestros legisladores, el hecho de tener a los poderes divididos y en pugna, no los puede privar de cumplir con su deber. Y el deber al día de hoy es calificar la acción -o inacción- de la cabeza del Ejecutivo nacional. Ya hicieron lo que debían hacer. Mañana será otro día.

jueves, 5 de enero de 2017

“El nuevo año de la Asamblea”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Tras superar lo que muchos han calificado como la Navidad más triste de la historia de Venezuela, entramos como por inercia en un enero apático, quizá marcado por la falta de perspectivas claras, ante un gobierno errático, cuyas actuaciones parecen más dirigidas a destruir que a construir.

Sin embargo, queremos llamar la atención sobre el faro en la oscuridad que tenemos los ciudadanos en este momento, y ese no es otro que la Asamblea Nacional.

Los primeros días del año son propios, entre otras cosas, para que se inicie el nuevo período de sesiones del poder Legislativo, y no podemos olvidar que, al día de hoy, este es único entre los poderes públicos legítimamente electo por el voto popular en fecha reciente y por lo tanto, el más cercano al sentir de la gente al día de hoy.

Especialmente podemos decir esto cuando, según reciente estudio de la firma Datanálisis, 47% de los encuestados se definió como opositor y apenas un 20% como oficialistas. Un dramático cambio de correlación de fuerzas que logró quedar de relieve en los resultados de los comicios legislativos y que, al sol de hoy, no puede haber hecho sino crecer, de cara al nefasto desempeño del gobierno, que golpea en lo más sensible a todos los ciudadanos: el techo, la comida, la salud, la seguridad.

Ciertamente, todos cargamos encima una enorme frustración y rabia porque las cosas no se han dado como era de esperarse; pero jamás la responsabilidad puede achacarse a la alternativa democrática, que ha seguido rigurosamente el mapa de ruta de lo que debe ser y hacer la institucionalidad para superar este trance.

Todos sabemos muy bien de cuál lado está la intolerancia, la incapacidad para el diálogo y la soberbia.

En este nuevo período de sesiones, el parlamento nacional contará con la presidencia de Julio Borges, diputado por Primero Justicia y de amplia trayectoria, conocida de todos los venezolanos, por lo cual se le otorgó a este partido una buena parte del caudal de votos que cambió la correlación de fuerzas políticas en el país.

Borges, al igual que muchos de nuestros diputados, ha sido consistente en su vertical lucha contra cualquier uso contrario a la democracia en las casi dos décadas que el oficialismo ha preservado el poder en Venezuela.

De la misma manera, debemos recordar no solamente sus credenciales académicas, sino además su prolongado paso por el Legislativo, amén de la certera dirección de la tolda aurinegra, que la ha llevado a ser una de las agrupaciones que está en primera fila trabajando por la reconstrucción de Venezuela.

Es también uno de los artífices de la Unidad, concertación política que nos ha hecho avanzar exponencialmente por la vía del voto en la conquista de terrenos que se pensaba jamás serían cedidos por quienes se ceban en el poder.

La reconquista pacífica de las instituciones en Venezuela es un logro de enormes dimensiones, que solamente podrán ser apreciadas en su justo valor con el paso del tiempo y lo que por allí denominan “el juicio de la historia”.

Ahora, los venezolanos debemos ser consistentes con nuestros diputados quienes, cercados literal y figurativamente, hacen lo imposible por seguir ejerciendo las funciones a las cuales se comprometieron en medio de un entorno hostil y amenazante, siguen siendo las referencias de una República civil y democrática, que no desaparecerá del todo mientras haya instituciones como esa, que la representen.

La confiscación de facultades a la AN y el cerco legal que se le tiende alrededor, han concitado la atención no solamente de los venezolanos, sino del mundo entero. Creer que se puede prescindir de una de las patas del equilibrio de poderes es, más que una osadía, una torpeza. 

Las dimensiones y la frecuencia de los ataques de los demás poderes al Parlamento, demuestran cuánto estorba, y las intenciones de anularlo. El discurso oficialista ha abundado en descalificaciones y amenazas hacia el legislativo; así como en promesas de anular sus actuaciones, hecho que ha empujado a hablar de un posible “fujimorazo”, recordando aquella letal acción del ex presidente peruano Alberto Fujimori de cerrar el Congreso de su país.

No es poco el desprestigio que ha acumulado la actual administración tras sus hostiles acciones contra el parlamento; las cuales han suscitado la atención desde todas las latitudes. Tampoco es grato decir que comenzamos este nuevo período con la incertidumbre ante nuevas artimañas.

Sin embargo, seguimos pensando que en manos de esos funcionarios venezolanos está la reconstrucción del país que debe estar a la vuelta de la esquila, no solamente por la legitimidad que les reviste; sino también por la naturaleza misma de las atribuciones de la institución.