David Uzcátegui
@DavidUzcategui
Ante la reciente conmemoración de
un nuevo aniversario del 23 de enero de 1958, nos quedó la inquietud porque
mucha gente de las generaciones más recientes, desconoce el significado de esta
fecha histórica.
Y lo que es incluso más
preocupante, otros tantos no parecieron entender el gesto que la sociedad
democrática actual tuvo ese día, al exigir su derecho al sufragio, al amparo de
ese recuerdo.
Aquel día partió del país el
general Marcos Evangelista Pérez Jiménez, dejando atrás un gobierno de corte
dictatorial, que pasó por encima de varios procesos electorales para
perpetuarse.
Pérez Jiménez accedió al poder
por primera vez el 18 de octubre de 1945, con el grado de coronel, cuando fue
uno de los artífices del golpe de Estado contra el presidente Isaías Medina
Angarita. Prometían barrer con los residuos del gomecismo; pero sin duda la
manera estuvo lejos de ser la mejor para la salud democrática del país, como
posteriormente lo demostrarían los hechos hasta el sol de hoy.
Tiempo después, también es uno de
los cabecillas de la conspiración contra el novelista Rómulo Gallegos, primer
venezolano electo en comicios universales en aquel endeble intento fallido de
comenzar a transitar las vías democráticas.
Gobernó en triunvirato con su
asesinado compañero de aventura Carlos Delgado Chalbaud; para luego quedar él
solo al mando del país, tras escamotear los resultados de las elecciones
constituyentes de 1952.
En 1957, ante el trance de verse
frente a unas elecciones donde no las tendría todas consigo, sus asesores le
recomiendan cambiarlas por un plebiscito que invite a la gente a votar si
desean que siga en el poder o no. Las pierde, ignora los resultados y lanza al
país a una crisis que, poco más de un mes después finalizaría con su partida.
De aquel episodio, quedaron
valiosas lecciones para los venezolanos, lecciones que no podemos dejar de
revivir y menos aún en momentos como el actual.
Nadie debe perpetuarse en el
poder, bajo ningún argumento. No necesitamos hombres providenciales al frente
del país, sino demócratas. Los derechos ciudadanos son irrenunciables y ello
incluye, muy especialmente, el derecho al voto.
Es por ello que las fuerzas
políticas agrupadas en la Mesa de la Unidad Democrática y que hoy representan a
la inmensa mayoría de los venezolanos en la Asamblea Nacional, tuvieron el
acertado gesto de exigir ante el Consejo Nacional Electoral las citas
comiciales que se nos están debiendo.
Quizá a la luz del breve relato
histórico que acabamos de exponer, podamos entender que no había mejor fecha
para hacerlo, y que tal exigencia está íntimamente emparentada con aquellos
sucesos que nos marcaron como nación.
Hoy se pretende diluir el
inalienable derecho a elegir de los venezolanos en el maremágnum de
dificultades que padecemos, por cierto generadas todas por una administración
que ha llevado al país a la más aguda crisis de su historia.
Ignorar que cualquier salida pasa
por un encuentro comicial es sencillamente irresponsable y agregar presión sin
válvula de escape a un ciudadano extenuado, que sigue perdiendo numerosas vidas
todos los días, como consecuencia de una terca negativa a rectificar.
El perezjimenismo dividió al
país, ya que sus defensores alegaban su enorme obra material como argumento
para su continuidad. Pero es que no se puede aceptar chantaje alguno ante el
inquebrantable principio de la alternabilidad democrática, y menos aún podemos
los venezolanos comprar a mesías, caudillos o predestinados.
Igual que hoy, en aquel momento
nuestra nación pareció fracturada en dos; pero también entonces como ahora, la
confiscación de la voluntad ciudadana sumó partidarios entre quienes adversaban
al gobierno, ante la manifiesta obviedad de la injusticia.
Hay quien dice también que el
espíritu del 23 de enero se ha perdido, y esta frase corresponde a muchos que
afortunadamente sí lo recuerdan o al menos le dan el justo peso y valor en
nuestra historia.
A ellos hay que responderles que
este espíritu está muy lejos de perderse, que evolucionó y se transformó. Que
hay una juventud que está haciendo lo que le corresponde, aunque no haya vivido
la legendaria fecha.
El espíritu democrático no se ha
rendido. Hay hoy una conciencia enorme de lo que sucede, de que debe cambiar y
de que la ruta es la comicial. Todo ello es una orgullosa herencia del año
1958, cuando la venezolanidad despertó a su propio poder en una mañana fría de
enero.
Como los venezolanos de aquella
generación construyeron su épica, nosotros estamos transitando la nuestra. No
sabremos su desenlace hasta que ocurra. Pero, así sea de forma inconsciente,
hay un mandato que nos une con la exigencia de derechos que heredamos de entonces.