jueves, 29 de diciembre de 2016

“Un año para no olvidar”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Cuando nos despedimos de años signados por sucesos adversos, solemos decir que será mejor que queden en el olvido. Sin embargo, los reveses de este 2016 dejan algo bueno: lecciones que no deben ser olvidadas y que tendrían que ser estudiadas para no ser repetidas nunca más.

Para comenzar, recordaremos esta vuelta de la tierra alrededor del sol, como el año de la definitiva desinstitucionalización de Venezuela.

El cerco impuesto por los demás poderes alrededor de la Asamblea Nacional, definitivamente pinta a un gobierno que no quiere respetar la independencia de poderes. Ni puede, ni sabe.

Recordemos que estos nuevos 12 meses arrancaron con una Asamblea Nacional renovada, donde el voto de quienes exigen un cambio se impuso y con una aplastante mayoría democrática que fue sencillamente inocultable.

Pero con el transcurrir de los días, hemos visto las más variadas e insólitas maniobras desde los demás poderes para descalificar, para amputar, para anular cualquier movimiento parlamentario que tienda hacia la recuperación de la democracia en Venezuela.

Desde el avasallamiento a diputados electos legítimamente hasta la violencia pura y dura en manos de grupos que no responden sino a la fuerza. Desde decisiones insólitas de los demás poderes hasta declaraciones ofensivas y desafiantes que indican que, al menos por parte del oficialismo, al día de hoy no hay manera de entenderse.

Otro episodio reafirmó lo que decimos, y fue el escamoteo del referendo revocatorio presidencial, una figura presente en la Constitución Nacional y que ya una vez se activó en el pasado año 2004, por lo cual está revestida de lo que los estudiosos del derecho denominan la jurisprudencia.

No había forma sensata de que quienes hoy gobiernan se libraran de pasar por esta prueba de fuego que, en general, sirve para legitimar un gobierno; o en su defecto, para ponerle punto final si es esa la disposición popular.

Pero el referendo no se dio. Y el que calla otorga. Obviamente, si quienes hoy ostentan el poder hubieran estado medianamente seguros de ganar, se hubiera convocado. Y la reiterada evasión de la misma reafirma que su certeza es exactamente la contraria.

Para bien o para mal, quedará en la historia de Venezuela la movilización para firmar solicitando el referendo en la que participaron numerosos ciudadanos; así como su sabotaje por todo tipo de fuerzas que convirtieron dicho proceso en un calvario, lo cual no fue obstáculo para que se reuniera un número de rúbricas muy superior al estimado.

A la lucha por el revocatorio la acompañaron movilizaciones ciudadanas de calle, que fueron multitudinarias y que dejaron una vez más desnudo al gobierno en lo que a su pérdida de popularidad se refiere.

Por si esto fuera poco, asistimos a la pulverización de nuestra economía, con una inflación que es una incógnita, ante la ausencia de datos oficiales de organismos encargados del asunto y que, cruzando cálculos de diversos organismos nacionales e internacionales, debe estar alrededor del 800%.

Por lo tanto, estos días serán recordados porque debíamos cargar con morrales de billetes para hacer la compra de alimentos, en cuya mínima presencia en los comercios ya es redundante abundar.

Y si seguimos por la equivocada senda que transitamos, la inflación prevista para 2017 por el Fondo Monetario Internacional es superior al 1.600%.

El triste desempeño económico se remata con el retiro de los billetes de cien bolívares que puso a correr a todo el mundo, solamente para después enterarnos de que volvían a circular por unos días más.

A lo mejor, lo más triste de estos 365 días que se van, es el hecho de que la voluntad ciudadana ha sido atropellada de manera inclemente una y otra vez. La demostración de que para representativos funcionarios venezolanos la prioridad es mantenerse en el poder y no trabajar por el bienestar de todos.

Pensamos que lo más condenable es cómo se ha perdido el concepto de la calidad de vida. El errado sistema de gobierno que padecemos ha ido confiscando tajadas de bienestar a la gente, con una voracidad indignante.

Hoy por hoy, el venezolano promedio solamente se ocupa de sobrevivir. No hay forma ni manera de pensar en la realización personal, en estudios, en ejercer en la vida la vocación de cada quien. Mucho menos se puede pensar en una vivienda digna, en conformar la propia familia de manera independiente.

El tiempo se consume en buscar el sustento más elemental y en ello se diluye el legítimo deseo de crecer, de perfeccionarse, de ser mejor. Todo eso que, más allá que una aspiración, es un derecho.

No, no debemos olvidar. A punta de padecimientos, los venezolanos hemos construido un manual de cómo no debe comportarse un gobierno.

jueves, 22 de diciembre de 2016

“Anomia”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “Anomia” es ausencia de ley. También, y según la misma fuente, la anomia es “un conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación”.

Lamentablemente, la Venezuela de los últimos días ha visto crecer exponencialmente su grado de anomia, ante la pasiva mirada de unas autoridades que no tiene ni idea de su razón de ser.

Las situaciones de violencia que han costado vidas y devastado comercios en diversos lugares de nuestra patria, hablan de una degradación extremadamente grave en nuestra condición ciudadana.

Especialmente en Ciudad Bolívar, donde los hechos tuvieron proporciones inocultables, se puede medir no solamente hasta dónde puede llegar la anomia que ya está en marcha desde hace rato, sino la imposibilidad de atajarla si seguimos por el mismo rumbo. 

Anteriormente hemos dicho que quienes administran actualmente a la nación tienen vocación de dirigirse sin freno hacia una “tormenta perfecta” y lo sucedido recientemente lo corrobora.

No solamente se trata de que el dinero no alcance, es también la orden y contraorden de sacar de circulación los billetes de 100 bolívares, el hecho de no saber cuánto vale la plata o aún peor, no tener siquiera idea de si vale algo.

Ante la falta de piso que tiene la ciudadanía cuando del aspecto económico se trata, se superpone el empeoramiento de las condiciones de abastecimiento de los alimentos. No hay dinero en el bolsillo, o simplemente no vale, no hay comida.

El desmantelamiento del contrato social en nuestra tierra data de mucho tiempo atrás, y tiene que ver con el mismo funcionariado que viola la norma, que se vanagloria de ello, que lo hace público y que dice: “Sí, lo hice, ¿y qué?”.

Tiene que ver también con ese desgraciado episodio del 27 de febrero de 1989, el llamado “caracazo”, un accidente histórico que jamás ha debido ocurrir y que ha sido irresponsablemente vanagloriado como gesta heroica, cuando ha debido ser analizado y desmenuzado como un accidente histórico que encendiera las alarmas ante los errores que como colectividad hemos cometido.

Si no hay gobierno que cuide, que administre, que propicie el bienestar ciudadano; si sencillamente no hay nadie que guíe a una sociedad hacia el crecimiento y hacia el establecimiento de patrones que permitan aspirar con un mínimo de certeza al bienestar, la sociedad se desmantela, como está sucediendo con la venezolana a paso de vencedores.

Se suma a todo lo que sucede, la incertidumbre. La vocería oficial no declara, dice una cosa un día y lo contrario al siguiente; o sencillamente ignora el pandemónium nacional y se dedica a hablar de sus batallas de fantasía sin dar la menor respuesta útil a la gente.

Otra consecuencia de la fractura nacional que estamos padeciendo hoy, es la desinformación. El aparato represivo se ha dedicado a criminalizar la información, embargándola y reservándola para fuentes oficialistas. Al sol de hoy, el mundo entero se pregunta qué es lo que realmente ha acontecido en Ciudad Bolívar y otras urbes durante los últimos días.

Los medios tienen vetada la cobertura, so pena de multas impagables o de cierres mediante sofisticados artificios legales. Tenemos que armar el rompecabeza de la realidad a punta de fragmentos que obtenemos en las redes sociales, a través de fotografías y videos ciudadanos, que son la única contrapartida al blackout noticioso que sufrimos los venezolanos.

Los medios internacionales son los que mejor reflejan lo que sucede puertas adentro en el país, dado que ellos sí pueden armar el citado rompecabezas que para quienes estamos dentro de las fronteras permanece incompleto.

¿Cuántas personas perdieron la vida? ¿Cuántos comercios cerrarán para siempre? ¿Cuántas personas abandonarán el país tras lo sucedido?

El condenable caracazo nos dejó una lección de destrucción y devastación que vuelve a repetirse: los comercios vandalizados son insustituibles en las comunidades que ahora dejan de atender. A todas las dificultades para procurarse el sustento en la Venezuela actual, se suma hoy el cierre de puntos de venta.

La responsabilidad última es de quienes acumulan todo el poder acumulable. ¿Qué dicen? ¿Qué hacen? ¿Por qué llegamos a esta tristeza y esta vergüenza? ¿Alguien da una explicación? ¿Alguien asumirá responsabilidades?

Quisiéramos pensar que, tras haber llegado a semejante nivel de anomia, esto se detendrá aquí; pero lo que se ve en el horizonte no permite ni de lejos el optimismo. La destrucción de Venezuela sigue adelante.

jueves, 15 de diciembre de 2016

“Billetes de 100”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Ya lo que está sucediendo en Venezuela va mucho más allá de lo que se puede esperar de una administración incapaz. Desde hace rato parecemos estar entrando en algo a más cercano a la ciencia ficción o al teatro del absurdo, que a medidas gubernamentales con un mínimo de coherencia.

La más reciente, entre el cúmulo de penurias que agobian la cotidianidad de los venezolanos, es la tan improvisada como inexplicable recogida de los billetes de cien bolívares.

Ante el asombro internacional, los que vivimos en esta tierra asistimos a uno de los más desquiciados episodios, entre tanto episodio desquiciado, de estos tiempos revolucionarios que corren.

Hay que salir a toda velocidad a depositar todos los billetes de mayor denominación que hasta ahora había tenido nuestra economía, hay que hacerlo en 72 horas, se anuncia en un fin de semana seguido por un lunes bancario y en a muy pocos días del 15 de diciembre, que no es precisamente cualquier quincena.

El gobierno del presidente Nicolás Maduro se ha justificado denunciando que mafias en la frontera colombo-venezolana acaparan bolívares y en especial, el billete de 100, para adquirir bienes subsidiados en Venezuela que luego revenden en Colombia con enormes ganancias.

La medida gubernamental se basaría por tanto en la búsqueda de crear dificultades logísticas para dichos traficantes, que habrán quedado en posesión de un gran volumen de billetes, lo cual explicaría la escasez de los mismos en el circulante.

Parece una explicación con cierta lógica; pero va mucho más allá. Resulta que la capacidad de quienes hoy administran al país para crear tormentas perfectas, solamente es superada por ellos mismos.

Porque si una situación de este calibre es capaz de hacer entrar en caos a cualquier nación del mundo, qué podemos decir de Venezuela, agobiada por la inflación y la inseguridad, con los servicios bancarios colapsados por la falta de mantenimiento, con cajeros y puntos de venta inutilizados ante la escasez de repuestos y con una ausencia de efectivo que ya nos traía por la calle de la amargura desde hace rato.

Eso para no hablar de la insistente emisión de dinero inorgánico, que ha sido reiteradamente denunciada por los especialistas en la materia, como una bomba de tiempo, o más bien como una explosión en cámara lenta que ya venimos padeciendo.

Y es que cabe preguntar entonces por qué se mandan a recoger esos billetes de mayor denominación, justamente poco después de su atropellada impresión en grandes volúmenes para paliar las enormes necesidades de efectivo en una población que ya se ha acostumbrado a cargar morrales llenos de dinero para hacer sus compras más elementales.

Todo este panorama es la confirmación de que no hay planificación y de que no se sabe lo que se está haciendo.

Y si bien es cierto que en Venezuela hay enormes distorsiones con pandemias como el contrabando, también es verdad que todo el complejo caos que vivimos día a día, es creación y responsabilidad exclusiva de quienes han timoneado al país por 18 años.

¿Qué estamos sumergidos en distorsiones enormes? Sí, y se ha dicho hasta el cansancio; como también se ha advertido tempranamente lo errado del rumbo y las posibles soluciones, que no son escuchadas por quienes nos conducen a toda velocidad hacia el despeñadero y ahora pretenden apagar el incendio echándole más gasolina.

Mientras tanto, esperamos el nuevo cono monetario, que confirma lo que todos ya sabemos: el bolívar fuerte es pasado y hemos experimentado la devaluación más estruendosa de la historia de Venezuela, consecuencia de desatinadas políticas económicas, de la pésima administración, del despilfarro y de la persecución a la empresa privada, de la desconfianza que ha ahuyentado las inversiones y ha colocado el riesgo-país en niveles estratosféricos.

Todo esto se sabe en el alto gobierno, donde unos se debaten entre seguir tercamente hacia adelante o rectificar y reconocer el cúmulo de errores; y otros más no tienen ni la más remota idea de qué es lo que sucede o cómo atajarlo para que no nos sigamos hundiendo.

Y por supuesto, se abre un complejo rosario de preguntas ante lo que viene: ¿llegarán a tiempo esos billetes? ¿Podrán ser eficientes para sustituir la enorme masa que dejará de circular? ¿Cuánto tiempo tardarán en perder su valor, cuando nos engulle la mayor inflación del mundo? ¿Las nuevas denominaciones son suficientes y eficientes ante la actual realidad venezolana?

No dudamos que algún día, algún productor de cine se inspire en la increíble historia que atravesamos los venezolanos de estos tiempos para construir un universo que seguramente le valdrá unos cuantos premios Oscar al mejor guion; aunque esto no es una fantasía, sino una lamentable realidad.

jueves, 8 de diciembre de 2016

“Jugando con fuego”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

Que el gobierno se las ingenie para lanzar un pote de humo cuando tiene el agua al cuello, es algo que desde hace rato no nos sorprende. No es la excepción en el momento actual, cuando con una inflación desatada, inocultable desabastecimiento de alimentos y medicinas y una inseguridad que llama la atención del mundo entero, les ha dado por lanzar una jugada que la opinión pública ha bautizado como el “Dakazo II”.

Haciendo un poco de amarga memoria, recordemos que el término “Dakazo” se refiere a un conjunto de acciones emprendidas por el gobierno años atrás, forzando a las tiendas minoristas electrónicas a vender sus productos a precios mucho más bajos; siendo Daka el comercio más prominente involucrado en los hechos.

Por “casualidades” de la vida, el llamado Dakazo ocurrió el 8 de noviembre de 2013, pocas semanas antes de las elecciones municipales. Los forzados cambios en los precios de Daka sumaron algunos puntos al partido gobernante en los comicios, aunque la venta masiva de bienes por debajo de su precio causó escasez adicional en los meses siguientes a la iniciativa y jamás se pudo recuperar el inventario.

Volviendo al presente, hace unos días, la Superintendencia Nacional para la Defensa de los Derechos Socioeconómicos ordenó bajar los precios de artículos de tiendas ubicadas en Sabana Grande, Caracas.

El vocero de la acción fue el superintendente de la Sundde, William Contreras, quien dijo que la orden es que “todos estos comercios rebajen sus precios especulativos entre 30 y 50%" y agregó que al menos 463 funcionarios del ente, "están en las calles en defensa del pueblo".

En reacción  a estos hechos, el vicepresidente del Consejo Nacional del Comercio y los Servicios Consecomercio, Alfonso Riera, calificó como un nuevo “Dakazo” el mencionado proceso.

En entrevista concedida a César Miguel Rondón en Unión Radio, Riera aseguró que estos operativos se traducirán en más establecimientos comerciales cerrados y que es poco probable que luego puedan volver a abrir. Además denunció que hubo “maltrato, humillación y vejamen” contra los comerciantes durante estos procesos.

Consideramos que no es para nada casual que se reedite una maniobra tan similar a la que vivimos hace poco más de tres años. En aquel momento, teníamos un proceso electoral a la vuelta de la esquina. En la actualidad,  el haberle cerrado las puertas al que tocaba para este momento histórico –el referendo revocatorio presidencial- ha elevado la presión social en el país hasta niveles inimaginables.

Y es que sencillamente, los ingresos no alcanzan debido a la nefasta política económica, empecinada en seguir llevando adelante acciones ampliamente probadas y fracasadas en el mundo entero.

Por ello, la dirigencia oficialista intenta una vez más comprar a la que considera su clientela política, obligando a los comerciantes a vender su mercancía a precios por debajo de los reales.

Lejos están de entender que los costos no se decretan, y que la inflación se contiene mediante un delicado equilibrio financiero, al cual han tratado con la pericia de un elefante en una cristalería.

Ya es viejo –y redundante- que culpen a empresarios y minoristas, que los criminalicen, señalen y persigan no solamente con su enorme aparato propagandístico que todos pagamos; sino también con armamento puro y duro, como el que se exhibió en la eufemísticamente llamada “inspección” de las tiendas.

El inversionista, el empleador, son sistemáticamente aterrorizados bajo la actual administración. Se les colocan reglas imposibles de cumplir y los ponen contra la pared. Los terminan llevando a la encrucijada de cerrar, de no volver a ofertar bienes y especialmente, no volver a emplear a nadie, porque el negocio evidentemente colapsó. 

Venezuela está en el ojo del huracán, en el centro de la peor crisis económica de su historia. Y quienes tienen el poder, lejos de trabajar para resolverla, marchan a toda velocidad en la dirección contraria.

Mientras redactamos este artículo leemos sobre la inflación desbocada, la pérdida de empleos y la caída del consumo y nos preguntamos si realmente vivimos en el mismo país. Porque, al menos en el que nosotros palpamos habitualmente en las calles, sí se siente, y con fuerza brutal, el reiterado retroceso en la calidad de vida.

Incluso, cabe preguntarse, si el remarcaje de precios fue realmente injustificado, según dice la Sundde, por qué entonces el gobierno pone en circulación monedas y billetes con varios ceros más a la derecha.

Shows mediáticos, montados por asesores miopes, como es el caso de esta reedición del Dakazo, son sencillamente pan para hoy y hambre para mañana. Son jugar con fuego. Nos preguntamos si para la próxima vez que quieran ganar puntos obligando a los establecimientos a vender a pérdida, quedará aún alguno en pie.

viernes, 2 de diciembre de 2016

“El polémico Fidel”

David Uzcátegui
@DavidUzcategui

No hubo paz a su alrededor cuando vivía, y parece que su partida no va a cambiar mucho las cosas. Incluso, más bien agitó las aguas a niveles indecibles. Fidel Castro abandonó este mundo el viernes pasado -o al menos eso fue lo que dijo su hermano Raúl, otros creen que fue antes- y de inmediato se encendió otra polémica, quizá la más apasionada, en torno a su figura.

Como era de esperarse, el exilio cubano se lanzó a las calles en el sur de Florida a celebrar, aunque estuvieran al filo de la madrugada del sábado 26 cuando se conoció la noticia.

Los locutores de radio y televisión repetían “Ahora sí es cierto, murió Fidel”. Y es que el líder de la llamada revolución cubana había sido “asesinado” –figurativamente hablando- más de una vez por los noticiarios y los rumores.

No se sabe –y quizá jamás se podrá saber- si estas muertes ficticias se debieron al profundo deseo de sus adversarios de que esto sucediera o a potes de humo lanzados por el mismo gobierno castrista, al cual se le atribuye una de las redes de propaganda más perversamente eficaces de todos los tiempos.

Lo cierto es que, como es usual, desde la isla caribeña reinó el mayor hermetismo, como es de esperar en un régimen altamente controlador. El mensaje del actual presidente, Raúl Castro –un personaje designado en forma hereditaria, como si se tratara de una dinastía- y los posteriores cables noticiosos anunciando las honras fúnebres y los lutos correspondientes, con toda la megalomanía que podía esperarse hacia una figura que hizo girar a su alrededor la vida de los cubanos por casi 58 años. Y no sabemos qué tanto seguirá girando en torno suyo de aquí en adelante; pero nos atrevemos a pensar que, por un rato, seguirá siendo así.

En todo caso, este hombre se salió con la suya: se hizo con el poder de Cuba y no lo soltó mientras tuvo vida. Su voz se volvió la única y avasalló todo lo que no se pareciera a él. Fue fracturando a sus enemigos sin piedad alguna e incluso, cuando la edad y la salud no le dieron para más, fue su dedo el que designó a su sucesor, nada menos que el hermano menor, el más fiel el mismo que lo acompañó en toda su aventura de conquista y sojuzgamiento de una patria.

Llegó para liberar a un pueblo, pero no se quiso ir. Algo que suele suceder con todos los que hacen promesas grandilocuentes. Negó ser comunista, pero al poco tiempo de haberse hecho con el poder, abrazó públicamente esta ideología. ¿Un brusco y radical cambio de opinión? Lo dudamos. ¿Un plan de dominación para que el trono nunca escapara de sus manos? Es más posible.

Prometió unas elecciones que jamás llegaron. Trepó hasta la cumbre en hombros de un discurso que prendía redimir a los pobres pero los multiplicó. Echó mano en sus encendidos discursos de la desigualdad que asolaba a su país, pero terminó igualando hacia abajo. 

Mientras la Calle 8 de Miami reventaba en una fiesta, en La Habana se vivía un luto que para muchos fue impuesto. Las manifestaciones de mandatarios de todos los rincones del mundo respecto a la muerte del caudillo, tuvieron los más variopintos colores. Desde el presidente electo de Estados Unidos Donald Trump, quien lo calificó sin ambages de dictador, hasta la chilena Michelle Bachelet, que no titubeó en señalarlo como referente de dignidad.

En los matices intermedios, declaraciones más o menos prudentes, ofreciendo condolencias a la administración habanera.

Desde nuestro punto de vista, es un referente, sí. Pero de lo que no se debe hacer. Mal podemos quienes hemos escogido la política como vocación, tomar seriamente a un individuo que fue implacable con quienes no pensaron como él.

Sí, no debemos olvidar a Castro. Pero debe ser recordado como el hombre que pactó con la Unión Soviética para instalar en su patria misiles que apuntaban a Washington, colocando al mundo a un paso de la Tercera Guerra Mundial, una conflagración de consecuencias impredecibles, tras haberse logrado éxito en la detonación de armamento nuclear.

Un ser humano que estuvo dispuesto literalmente a cualquier cosa por ser el amo, que era capaz de lanzarse en discursos de horas y más horas, mostrando en ellos las dimensiones de su ego. Un hombre que solamente vivió para exportar su modelo de sojuzgamiento y para buscar aliados en su juego de poder por el placer del poder mismo; un poder que estuvo muy lejos de servir para que la gente saliera de la pobreza sino que, muy por el contrario, se sirvió de la misma para mantenerlos sometidos.

El siglo XXI tendrá que agradecerle a Fidel Castro el ser un perfecto referente para huir en la dirección contraria, si es que de verdad tenemos el propósito de que nuestra patria progrese y alcance el desarrollo de su mayor potencial. No lo olvidemos, que permanezca para siempre en nuestros libros de historia.